Habitar la intimidad del otro permite mirar la historia personal con distancia y resignificar el pasado. Esa es la premisa que plantea el documentalMe gustaría que vivieras mi juventud de nuevo” del director Nicolás Guzmán. El largometraje sigue a Victoria y José, secretaria y estudiante de la Escuela de Cine de la Universidad de Chile. Ambos participan en un ejercicio de empatía, en el que se les pide que escriban una carta sobre alguna experiencia difícil de su vida. Luego, intercambian los textos y los interpretan en primera persona. Gracias a este experimento, que tiene como lema “si yo no me atrevo a decirlo, que alguien lo diga por mí”, Victoria cuenta el complejo período que vivió junto a su ex esposo, etapa que por mucho tiempo quiso olvidar. Por su parte, José relata momentos dolorosos de su infancia y adolescencia. La cinta va de menos a más. En la primera parte se muestra la vida cotidiana de los protagonistas. En estas escenas, Victoria narra cómo logró sacar adelante a sus hijos después de separarse. Estas imágenes se van alternando con la historia de José, quien confiesa que en ocasiones tiene encuentros con hombres para pagar el arriendo de la pieza donde vive o para cubrir otros gastos. Al final del documental ambos interpretan las cartas. Este, por lejos, es el momento más sensible e íntimo. Aunque los dos apenas se conocen y tienen historias de vida muy distintas, logran empatizar con el otro dejando de lado los juicios. El director, y también académico de la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad de Chile, opta por un enfoque experimental, donde la cámara se transforma en un testigo silencioso y esencial que registra cada revelación con respeto y cercanía. “Me gustaría que vivieras mi juventud de nuevo” invita al espectador a reflexionar sobre el poder sanador que tiene la escritura y la narración oral, sobre todo cuando la voz propia encuentra eco en el otro, cuando se produce un proceso de liberación colectiva. El documental, financiado por el Fondo de Fomento Audiovisual del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, se podrá ver en salas independientes a partir de este jueves 26 de junio.
Con una mirada íntima, sensible y humana, las directoras Martina Matzkin y Gabriela Uassouf abordan en su documental “Cuidadoras” las dificultades que afrontan las mujeres trans en el mundo laboral . La cinta sigue la vida de Luciana, Maia y Yenifer, tres egresadas de un curso de cuidado de adultos mayores que están realizando su práctica en el hogar de ancianos Santa Ana de Buenos Aires. Esta es la primera vez que acceden a un empleo formal. Hasta ahora, su identidad de género las había relegado a la prostitución y a trabajos precarios. Este logro es muy importante para ellas, ya que buscan una oportunidad que les permita tener una vida más digna y con mejores condiciones. Después de años de sentirse excluidas de la sociedad, pudieron formarse como cuidadoras gracias a un programa estatal que brinda capacitación y empleos formales a personas trans. Durante la práctica laboral, las protagonistas forman un vínculo genuino con los adultos mayores. Ellos les cuentan sus historias de vida y les dan consejos sobre las relaciones de pareja, el trabajo y la amistad. Por su parte, las cuidadoras los escuchan con atención y los acompañan en sus actividades cotidianas. Algunos residentes, al principio, no saben cómo tratar a las practicantes. Por ejemplo, no entienden qué pronombre tienen que usar, porque es su primer encuentro con mujeres trans, pero quienes están más familiarizados con el tema de la identidad de género les explican que tienen que decir ella, no él. De esta manera, para Luciana, Maia y Yenifer la residencia se transforma en un verdadero hogar, donde encuentran respeto y dignidad, y sobre todo donde la empatía supera los prejuicios. Con el paso del tiempo, una de las cuidadoras piensa en la posibilidad de estudiar Enfermería; otra, evalúa si seguir en el hogar, porque el empleo no es bien remunerado y en el trabajo informal que tenía antes ganaba más dinero. El documental también retrata el primer encuentro que tienen las cuidadoras con la vejez. Ellas saben que en Argentina la expectativa de vida para las personas trans no supera los 40 años. Aun así, miran el futuro con esperanza, y se imaginan cómo serán cuando lleguen a la tercera edad y necesiten que alguien las cuide. En gran parte, su experiencia en el hogar de ancianos les permite visualizarse como adultas mayores que reciben respeto y afecto en sus últimos años de vida: un anhelo que antes veían como imposible de cumplir. La cinta, se mueve con delicadeza entre escenas de cuidado y momentos de diálogo y risas. Rehúye del sensacionalismo, no tiene entrevistas forzadas ni discursos panfletarios. El uso de planos fijos con luz natural sitúa al espectador como testigo cercano, pero nunca invasivo. A través de una cámara que observa más que interroga, el largometraje nos permite entrar a la cotidianeidad de tres mujeres trans que han encontrado en el cuidado de personas mayores no solo un trabajo, sino también una forma de sanar, pertenecer y resistir. “Cuidadoras” se estrena este jueves 12 de junio en nuestro país en salas de cine seleccionadas. La fecha elegida coincide con el mes del orgullo, y que mejor manera de conmemorarlo que viendo un documental que invita a reflexionar sobre la falta de políticas públicas que fomenten la inserción laboral de la comunidad trans.
Con una historia conmovedora y llena de esperanza sobre la inmigración, el destacado director británico Ken Loach, de 88 años, continúa su legado en el cine social. En su última entrega “El viejo roble”, que se estrena este jueves 17 de abril en Chile, retrata las adversidades que afronta una familia siria que escapa de la guerra y se va a vivir a un pequeño pueblo del norte de Inglaterra. Allí los residentes ven a los recién llegados como una amenaza, porque creen que les darán todos los beneficios a ellos y que la gente de la zona que necesita ayuda quedará a la deriva. Mientras los nuevos vecinos se instalan uno de los lugareños se entera que compraron una casa a un precio muy bajo. Esto lo hace enojar, porque a él una vivienda similar le costó mucho más dinero. Al indagar la situación, descubre que no es un privilegio, sino que las viviendas en el sector están devaluadas, porque cerraron las minas y mucha gente se fue de la ciudad, pero igual siente que es injusto. Esta familia de refugiados, compuesta por una madre y tres hijos, recibe un trato hostil en las primeras semanas. De hecho, el mismo día que llegan al pueblo un hombre le quita a Yara, la hija mayor, su cámara y la rompe. Ella le exige que la repare, pero él se niega. Afortunadamente, Tommy Joe Ballantyne ( Dave Turner), dueño de “El viejo roble, el último pub que queda en el pueblo, ve todo lo ocurrido y vende unas cámaras antiguas que tiene y con el dinero paga el arreglo del equipo. La joven agradece mucho este acto de bondad, porque la cámara tiene un valor sentimental muy importante para ella, ya que su padre, quien fue encarcelado en Siria durante la guerra, se la regaló para que cumpliera su sueño de ser fotógrafa. A partir de este momento, se forma una amistad entre Yara ( Ebla Mari) y Tommy Joe Ballantyne, que se va fortaleciendo con el tiempo. Ambos se dan cuenta que hay mucha necesidad en el pueblo y deciden abrir un comedor comunitario en las dependencias del bar. Su lema es “si comemos juntos, permanecemos juntos”. Para ellos esto no es caridad, sino solidaridad. Muchas familias participan y agradecen la iniciativa, porque significa una gran ayuda. Pero justo cuando el pueblo se está uniendo y los pobladores avanzan juntos en pro de un mismo objetivo, un grupo de lugareños boicotea el proyecto hasta lograr que el comedor comunitario se cierre. La razón: están molestos, porque habían solicitado el lugar para hacer reuniones vecinales, pero Tommy Joe no se los prestó para evitar conflictos, ya que el ambiente estaba tenso. Por esto, sienten que les arrebataron el único espacio público que les quedaba. Con este drama social el cineasta Ken Loach muestra que en la clase trabajadora no hay bandos ni enemigos, porque todos luchan por lo mismo, y que permanecer unidos, y ser solidarios y empáticos unos con otros es un acto de rebeldía, de resistencia en estos tiempos de división. El director una vez más apostó por un elenco de actores no profesionales para darle más realismo a la historia y lo consigue, porque en algunos momentos pareciera que es un documental que retrata el diario vivir de un lugareño del pueblo. Con “El viejo roble” se cierra la trilogía no oficial de Loach. Esta comienza con la película “Yo, Daniel Blake” (ganadora de la Palma de Oro en Cannes), que aborda la burocracia y la precariedad en el trabajo. Le sigue “Lazos de familia”, que se centra en la economía del delivery y la explotación laboral. De las tres, la cinta que se estrena este jueves 17 de abril es la más esperanzadora. Este largometraje podría ser la última pieza cinematográfica del director británico, de ser así se despediría siendo fiel a su estilo y al mensaje que le interesa transmitir.
Habitar la intimidad del otro permite mirar la historia personal con distancia y resignificar el pasado. Esa es la premisa que plantea el documentalMe gustaría que vivieras mi juventud de nuevo” del director Nicolás Guzmán. El largometraje sigue a Victoria y José, secretaria y estudiante de la Escuela de Cine de la Universidad de Chile. Ambos participan en un ejercicio de empatía, en el que se les pide que escriban una carta sobre alguna experiencia difícil de su vida. Luego, intercambian los textos y los interpretan en primera persona. Gracias a este experimento, que tiene como lema “si yo no me atrevo a decirlo, que alguien lo diga por mí”, Victoria cuenta el complejo período que vivió junto a su ex esposo, etapa que por mucho tiempo quiso olvidar. Por su parte, José relata momentos dolorosos de su infancia y adolescencia. La cinta va de menos a más. En la primera parte se muestra la vida cotidiana de los protagonistas. En estas escenas, Victoria narra cómo logró sacar adelante a sus hijos después de separarse. Estas imágenes se van alternando con la historia de José, quien confiesa que en ocasiones tiene encuentros con hombres para pagar el arriendo de la pieza donde vive o para cubrir otros gastos. Al final del documental ambos interpretan las cartas. Este, por lejos, es el momento más sensible e íntimo. Aunque los dos apenas se conocen y tienen historias de vida muy distintas, logran empatizar con el otro dejando de lado los juicios. El director, y también académico de la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad de Chile, opta por un enfoque experimental, donde la cámara se transforma en un testigo silencioso y esencial que registra cada revelación con respeto y cercanía. “Me gustaría que vivieras mi juventud de nuevo” invita al espectador a reflexionar sobre el poder sanador que tiene la escritura y la narración oral, sobre todo cuando la voz propia encuentra eco en el otro, cuando se produce un proceso de liberación colectiva. El documental, financiado por el Fondo de Fomento Audiovisual del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, se podrá ver en salas independientes a partir de este jueves 26 de junio.
Con una mirada íntima, sensible y humana, las directoras Martina Matzkin y Gabriela Uassouf abordan en su documental “Cuidadoras” las dificultades que afrontan las mujeres trans en el mundo laboral . La cinta sigue la vida de Luciana, Maia y Yenifer, tres egresadas de un curso de cuidado de adultos mayores que están realizando su práctica en el hogar de ancianos Santa Ana de Buenos Aires. Esta es la primera vez que acceden a un empleo formal. Hasta ahora, su identidad de género las había relegado a la prostitución y a trabajos precarios. Este logro es muy importante para ellas, ya que buscan una oportunidad que les permita tener una vida más digna y con mejores condiciones. Después de años de sentirse excluidas de la sociedad, pudieron formarse como cuidadoras gracias a un programa estatal que brinda capacitación y empleos formales a personas trans. Durante la práctica laboral, las protagonistas forman un vínculo genuino con los adultos mayores. Ellos les cuentan sus historias de vida y les dan consejos sobre las relaciones de pareja, el trabajo y la amistad. Por su parte, las cuidadoras los escuchan con atención y los acompañan en sus actividades cotidianas. Algunos residentes, al principio, no saben cómo tratar a las practicantes. Por ejemplo, no entienden qué pronombre tienen que usar, porque es su primer encuentro con mujeres trans, pero quienes están más familiarizados con el tema de la identidad de género les explican que tienen que decir ella, no él. De esta manera, para Luciana, Maia y Yenifer la residencia se transforma en un verdadero hogar, donde encuentran respeto y dignidad, y sobre todo donde la empatía supera los prejuicios. Con el paso del tiempo, una de las cuidadoras piensa en la posibilidad de estudiar Enfermería; otra, evalúa si seguir en el hogar, porque el empleo no es bien remunerado y en el trabajo informal que tenía antes ganaba más dinero. El documental también retrata el primer encuentro que tienen las cuidadoras con la vejez. Ellas saben que en Argentina la expectativa de vida para las personas trans no supera los 40 años. Aun así, miran el futuro con esperanza, y se imaginan cómo serán cuando lleguen a la tercera edad y necesiten que alguien las cuide. En gran parte, su experiencia en el hogar de ancianos les permite visualizarse como adultas mayores que reciben respeto y afecto en sus últimos años de vida: un anhelo que antes veían como imposible de cumplir. La cinta, se mueve con delicadeza entre escenas de cuidado y momentos de diálogo y risas. Rehúye del sensacionalismo, no tiene entrevistas forzadas ni discursos panfletarios. El uso de planos fijos con luz natural sitúa al espectador como testigo cercano, pero nunca invasivo. A través de una cámara que observa más que interroga, el largometraje nos permite entrar a la cotidianeidad de tres mujeres trans que han encontrado en el cuidado de personas mayores no solo un trabajo, sino también una forma de sanar, pertenecer y resistir. “Cuidadoras” se estrena este jueves 12 de junio en nuestro país en salas de cine seleccionadas. La fecha elegida coincide con el mes del orgullo, y que mejor manera de conmemorarlo que viendo un documental que invita a reflexionar sobre la falta de políticas públicas que fomenten la inserción laboral de la comunidad trans.
Con una historia conmovedora y llena de esperanza sobre la inmigración, el destacado director británico Ken Loach, de 88 años, continúa su legado en el cine social. En su última entrega “El viejo roble”, que se estrena este jueves 17 de abril en Chile, retrata las adversidades que afronta una familia siria que escapa de la guerra y se va a vivir a un pequeño pueblo del norte de Inglaterra. Allí los residentes ven a los recién llegados como una amenaza, porque creen que les darán todos los beneficios a ellos y que la gente de la zona que necesita ayuda quedará a la deriva. Mientras los nuevos vecinos se instalan uno de los lugareños se entera que compraron una casa a un precio muy bajo. Esto lo hace enojar, porque a él una vivienda similar le costó mucho más dinero. Al indagar la situación, descubre que no es un privilegio, sino que las viviendas en el sector están devaluadas, porque cerraron las minas y mucha gente se fue de la ciudad, pero igual siente que es injusto. Esta familia de refugiados, compuesta por una madre y tres hijos, recibe un trato hostil en las primeras semanas. De hecho, el mismo día que llegan al pueblo un hombre le quita a Yara, la hija mayor, su cámara y la rompe. Ella le exige que la repare, pero él se niega. Afortunadamente, Tommy Joe Ballantyne ( Dave Turner), dueño de “El viejo roble, el último pub que queda en el pueblo, ve todo lo ocurrido y vende unas cámaras antiguas que tiene y con el dinero paga el arreglo del equipo. La joven agradece mucho este acto de bondad, porque la cámara tiene un valor sentimental muy importante para ella, ya que su padre, quien fue encarcelado en Siria durante la guerra, se la regaló para que cumpliera su sueño de ser fotógrafa. A partir de este momento, se forma una amistad entre Yara ( Ebla Mari) y Tommy Joe Ballantyne, que se va fortaleciendo con el tiempo. Ambos se dan cuenta que hay mucha necesidad en el pueblo y deciden abrir un comedor comunitario en las dependencias del bar. Su lema es “si comemos juntos, permanecemos juntos”. Para ellos esto no es caridad, sino solidaridad. Muchas familias participan y agradecen la iniciativa, porque significa una gran ayuda. Pero justo cuando el pueblo se está uniendo y los pobladores avanzan juntos en pro de un mismo objetivo, un grupo de lugareños boicotea el proyecto hasta lograr que el comedor comunitario se cierre. La razón: están molestos, porque habían solicitado el lugar para hacer reuniones vecinales, pero Tommy Joe no se los prestó para evitar conflictos, ya que el ambiente estaba tenso. Por esto, sienten que les arrebataron el único espacio público que les quedaba. Con este drama social el cineasta Ken Loach muestra que en la clase trabajadora no hay bandos ni enemigos, porque todos luchan por lo mismo, y que permanecer unidos, y ser solidarios y empáticos unos con otros es un acto de rebeldía, de resistencia en estos tiempos de división. El director una vez más apostó por un elenco de actores no profesionales para darle más realismo a la historia y lo consigue, porque en algunos momentos pareciera que es un documental que retrata el diario vivir de un lugareño del pueblo. Con “El viejo roble” se cierra la trilogía no oficial de Loach. Esta comienza con la película “Yo, Daniel Blake” (ganadora de la Palma de Oro en Cannes), que aborda la burocracia y la precariedad en el trabajo. Le sigue “Lazos de familia”, que se centra en la economía del delivery y la explotación laboral. De las tres, la cinta que se estrena este jueves 17 de abril es la más esperanzadora. Este largometraje podría ser la última pieza cinematográfica del director británico, de ser así se despediría siendo fiel a su estilo y al mensaje que le interesa transmitir.