En marzo de 1998, la familia Bradley de Virginia -mamá Iva, papá Ron, hija Amy e hijo Brad– decidió embarcarse en un crucero por el Caribe a bordo del Rhapsody of the Seas. Para Amy era un viaje especial, pues sería la última salida familiar antes de independizarse, ya que tenía un nuevo trabajo, había adoptado un perro y arrendado un departamento. La noche previa a la desaparición, Amy y su hermano disfrutaron en la discoteca del barco. Brad se retiró antes, pero ella volvió cerca de las 4 de la madrugada al camarote y le comentó que había estado conversando y pasándola bien con el bajista de la banda. Una hora después, su padre la vio en la terraza del camarote, aparentemente fumando. Pero a las 6 de la mañana, Amy ya no estaba. Preocupado, Ron recorrió el barco sin resultados y alertó a la familia. Pidieron llamar a Amy por los altoparlantes, pero no hubo respuesta. El crucero debía atracar en Curaçao y los padres suplicaron retrasar la bajada de pasajeros, pero no fueron escuchados. La búsqueda oficial comenzó recién después del desembarco, y no encontró ninguna pista. La tripulación insinuó que Amy pudo haber caído accidentalmente al mar o haberse arrojado, hipótesis que familiares y expertos siempre han puesto en duda, Amy era alegre, entusiasta y sin indicios de depresión. Los Bradley regresaron a casa con un vacío imposible de llenar. A lo largo de casi tres décadas, han golpeado puertas, contactado medios de comunicación, solicitado ayuda al FBI y seguido pistas en el Caribe. Varios testigos aseguran haberla visto en zonas turísticas, aparentemente retenida contra su voluntad, alimentando teorías de trata de personas. Incluso recibieron una supuesta foto reciente de Amy, donde parecería estar ejerciendo la prostitución. El principal sospechoso para muchos es Yellow, el bajista con quien Amy fue vista por última vez pasadas las 5 de la mañana por dos pasajeras. Fue interrogado y sometido al polígrafo, pero nada concluyente salió de aquello, mientras él insiste en su inocencia. “La desaparición de Amy Bradley”, en tres episodios, expone una historia tan intrigante como perturbadora. No solo muestra la fragilidad humana y el dolor de una familia que se niega a rendirse, sino también las inseguridades de viajar en crucero, espacios donde, lejos de la ley, las compañías priorizan proteger su reputación. Ya disponible en Netflix.
Hace unas semanas se estrenó en la plataforma Max el documental “ My Mom Jayne ”, dirigido por la actriz Mariska Hargitay, reconocida por su papel protagónico y su trabajo como productora en la serie “ La Ley y el Orden: UVE”. En este proyecto íntimo y profundamente emotivo, Hargitay redescubre la intensa y breve vida de su madre, la icónica actriz Jayne Mansfield, fallecida a los 34 años en un accidente automovilístico en el que también murieron su pareja y el chofer. Mariska, que tenía apenas tres años, sobrevivió ilesa junto a dos de sus hermanos. La figura de Jayne Mansfield siempre fue compleja para Hargitay. Su madre fue una celebridad exuberante: Playmate en 1955, símbolo sexual del cine en Hollywood y Europa durante los años 50 y comienzos de los 60. Participó tanto en producciones de grandes estudios como en cintas de clase B en la última etapa de su carrera. Pero no solo fue una imagen glamorosa: también destacaba por su talento musical, siendo considerada una prodigio en ese ámbito. En contraste, Mariska tomó distancia del perfil público de su madre, eligiendo interpretar a mujeres fuertes y resilientes. Su papel más emblemático, Olivia Benson, en “ La Ley y el Orden : U. V.E.”, ha marcado su carrera durante más de 26 años, dándole espacio para desarrollarse como actriz, directora y productora. En “My Mom Jayne ”, producción original de HBO, la historia familiar se reconstruye con honestidad y sensibilidad. Los hermanos de Hargitay, especialmente los mayores, aportan testimonios fundamentales para dar forma a una imagen más matizada de Jayne Mansfield, con sus luces y sombras. El resultado es una narrativa conmovedora que permite a Mariska reconciliarse con el legado de su madre y, al mismo tiempo, descubrir aspectos que desconocía de ella. Además, el documental guarda una revelación personal impactante: un secreto que Hargitay mantuvo en silencio durante más de 30 años, relacionado con sus orígenes.
Habitar la intimidad del otro permite mirar la historia personal con distancia y resignificar el pasado. Esa es la premisa que plantea el documentalMe gustaría que vivieras mi juventud de nuevo” del director Nicolás Guzmán. El largometraje sigue a Victoria y José, secretaria y estudiante de la Escuela de Cine de la Universidad de Chile. Ambos participan en un ejercicio de empatía, en el que se les pide que escriban una carta sobre alguna experiencia difícil de su vida. Luego, intercambian los textos y los interpretan en primera persona. Gracias a este experimento, que tiene como lema “si yo no me atrevo a decirlo, que alguien lo diga por mí”, Victoria cuenta el complejo período que vivió junto a su ex esposo, etapa que por mucho tiempo quiso olvidar. Por su parte, José relata momentos dolorosos de su infancia y adolescencia. La cinta va de menos a más. En la primera parte se muestra la vida cotidiana de los protagonistas. En estas escenas, Victoria narra cómo logró sacar adelante a sus hijos después de separarse. Estas imágenes se van alternando con la historia de José, quien confiesa que en ocasiones tiene encuentros con hombres para pagar el arriendo de la pieza donde vive o para cubrir otros gastos. Al final del documental ambos interpretan las cartas. Este, por lejos, es el momento más sensible e íntimo. Aunque los dos apenas se conocen y tienen historias de vida muy distintas, logran empatizar con el otro dejando de lado los juicios. El director, y también académico de la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad de Chile, opta por un enfoque experimental, donde la cámara se transforma en un testigo silencioso y esencial que registra cada revelación con respeto y cercanía. “Me gustaría que vivieras mi juventud de nuevo” invita al espectador a reflexionar sobre el poder sanador que tiene la escritura y la narración oral, sobre todo cuando la voz propia encuentra eco en el otro, cuando se produce un proceso de liberación colectiva. El documental, financiado por el Fondo de Fomento Audiovisual del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, se podrá ver en salas independientes a partir de este jueves 26 de junio.
Con una mirada íntima, sensible y humana, las directoras Martina Matzkin y Gabriela Uassouf abordan en su documental “Cuidadoras” las dificultades que afrontan las mujeres trans en el mundo laboral . La cinta sigue la vida de Luciana, Maia y Yenifer, tres egresadas de un curso de cuidado de adultos mayores que están realizando su práctica en el hogar de ancianos Santa Ana de Buenos Aires. Esta es la primera vez que acceden a un empleo formal. Hasta ahora, su identidad de género las había relegado a la prostitución y a trabajos precarios. Este logro es muy importante para ellas, ya que buscan una oportunidad que les permita tener una vida más digna y con mejores condiciones. Después de años de sentirse excluidas de la sociedad, pudieron formarse como cuidadoras gracias a un programa estatal que brinda capacitación y empleos formales a personas trans. Durante la práctica laboral, las protagonistas forman un vínculo genuino con los adultos mayores. Ellos les cuentan sus historias de vida y les dan consejos sobre las relaciones de pareja, el trabajo y la amistad. Por su parte, las cuidadoras los escuchan con atención y los acompañan en sus actividades cotidianas. Algunos residentes, al principio, no saben cómo tratar a las practicantes. Por ejemplo, no entienden qué pronombre tienen que usar, porque es su primer encuentro con mujeres trans, pero quienes están más familiarizados con el tema de la identidad de género les explican que tienen que decir ella, no él. De esta manera, para Luciana, Maia y Yenifer la residencia se transforma en un verdadero hogar, donde encuentran respeto y dignidad, y sobre todo donde la empatía supera los prejuicios. Con el paso del tiempo, una de las cuidadoras piensa en la posibilidad de estudiar Enfermería; otra, evalúa si seguir en el hogar, porque el empleo no es bien remunerado y en el trabajo informal que tenía antes ganaba más dinero. El documental también retrata el primer encuentro que tienen las cuidadoras con la vejez. Ellas saben que en Argentina la expectativa de vida para las personas trans no supera los 40 años. Aun así, miran el futuro con esperanza, y se imaginan cómo serán cuando lleguen a la tercera edad y necesiten que alguien las cuide. En gran parte, su experiencia en el hogar de ancianos les permite visualizarse como adultas mayores que reciben respeto y afecto en sus últimos años de vida: un anhelo que antes veían como imposible de cumplir. La cinta, se mueve con delicadeza entre escenas de cuidado y momentos de diálogo y risas. Rehúye del sensacionalismo, no tiene entrevistas forzadas ni discursos panfletarios. El uso de planos fijos con luz natural sitúa al espectador como testigo cercano, pero nunca invasivo. A través de una cámara que observa más que interroga, el largometraje nos permite entrar a la cotidianeidad de tres mujeres trans que han encontrado en el cuidado de personas mayores no solo un trabajo, sino también una forma de sanar, pertenecer y resistir. “Cuidadoras” se estrena este jueves 12 de junio en nuestro país en salas de cine seleccionadas. La fecha elegida coincide con el mes del orgullo, y que mejor manera de conmemorarlo que viendo un documental que invita a reflexionar sobre la falta de políticas públicas que fomenten la inserción laboral de la comunidad trans.
Luego de un periplo por festivales de cine, el documentalPirópolis llegó a salas comerciales del país para mostrarse al público en general. Se trata de una producción audiovisual de Nicolás Molina (Flow, Gaucho Americano), que de manera empática y sencilla muestra el día a día de la tradicional Pompe France, cuartel de la 5ta compañía de bomberos de Valparaíso. Durante algunos años, en el contexto de la pandemia del Covid-19 y de la crisis social causada por la polarización existente ante el plebiscito para aprobar o rechazar una nueva Constitución, el director retrata -con su propia cámara- como opera la compañía, las relaciones interpersonales, como enfrentan los incendios forestales y estructurales de la ciudad. Se centra en la figura de su Capitán, las capacitaciones y apoyo que un grupo de bomberos franceses -liderado por un ya viejo amigo de ellos, Baptista- les ofrecen debido al intercambio cultural que existe con los galos y las adaptaciones que deben hacer con la llegada de dos mujeres al equipo. Mención aparte para Copón, el perrito de la compañía, que aporta el toque de ternura a la película. Durante la función de prensa que se realizó para presentar esta película de cara a su estreno en cines, Nicolás Molina dijo sobre este documental que,fue un rodaje largo, de cuatro años, que partió el 2019. Por casualidad fue justo cuando la ciudad se quemó, pero también fueron muchos años previos, donde fuimos entendiendo la mítica de Valparaíso en torno al fuego. Antes de ser colonizada ya que tenía un nombre que hacía referencia a una ciudad que siempre se quemó. El nombre era Alimapu, que significa tierra quemada. Una producción que tiene algo drama y comedia, cuyo relato y atención se van diluyendo pasada la hora de metraje, no así la intensidad de sus imágenes. En salas seleccionadas del país, gracias a Miradoc, desde el 3 de abril.
En marzo de 1998, la familia Bradley de Virginia -mamá Iva, papá Ron, hija Amy e hijo Brad– decidió embarcarse en un crucero por el Caribe a bordo del Rhapsody of the Seas. Para Amy era un viaje especial, pues sería la última salida familiar antes de independizarse, ya que tenía un nuevo trabajo, había adoptado un perro y arrendado un departamento. La noche previa a la desaparición, Amy y su hermano disfrutaron en la discoteca del barco. Brad se retiró antes, pero ella volvió cerca de las 4 de la madrugada al camarote y le comentó que había estado conversando y pasándola bien con el bajista de la banda. Una hora después, su padre la vio en la terraza del camarote, aparentemente fumando. Pero a las 6 de la mañana, Amy ya no estaba. Preocupado, Ron recorrió el barco sin resultados y alertó a la familia. Pidieron llamar a Amy por los altoparlantes, pero no hubo respuesta. El crucero debía atracar en Curaçao y los padres suplicaron retrasar la bajada de pasajeros, pero no fueron escuchados. La búsqueda oficial comenzó recién después del desembarco, y no encontró ninguna pista. La tripulación insinuó que Amy pudo haber caído accidentalmente al mar o haberse arrojado, hipótesis que familiares y expertos siempre han puesto en duda, Amy era alegre, entusiasta y sin indicios de depresión. Los Bradley regresaron a casa con un vacío imposible de llenar. A lo largo de casi tres décadas, han golpeado puertas, contactado medios de comunicación, solicitado ayuda al FBI y seguido pistas en el Caribe. Varios testigos aseguran haberla visto en zonas turísticas, aparentemente retenida contra su voluntad, alimentando teorías de trata de personas. Incluso recibieron una supuesta foto reciente de Amy, donde parecería estar ejerciendo la prostitución. El principal sospechoso para muchos es Yellow, el bajista con quien Amy fue vista por última vez pasadas las 5 de la mañana por dos pasajeras. Fue interrogado y sometido al polígrafo, pero nada concluyente salió de aquello, mientras él insiste en su inocencia. “La desaparición de Amy Bradley”, en tres episodios, expone una historia tan intrigante como perturbadora. No solo muestra la fragilidad humana y el dolor de una familia que se niega a rendirse, sino también las inseguridades de viajar en crucero, espacios donde, lejos de la ley, las compañías priorizan proteger su reputación. Ya disponible en Netflix.
Hace unas semanas se estrenó en la plataforma Max el documental “ My Mom Jayne ”, dirigido por la actriz Mariska Hargitay, reconocida por su papel protagónico y su trabajo como productora en la serie “ La Ley y el Orden: UVE”. En este proyecto íntimo y profundamente emotivo, Hargitay redescubre la intensa y breve vida de su madre, la icónica actriz Jayne Mansfield, fallecida a los 34 años en un accidente automovilístico en el que también murieron su pareja y el chofer. Mariska, que tenía apenas tres años, sobrevivió ilesa junto a dos de sus hermanos. La figura de Jayne Mansfield siempre fue compleja para Hargitay. Su madre fue una celebridad exuberante: Playmate en 1955, símbolo sexual del cine en Hollywood y Europa durante los años 50 y comienzos de los 60. Participó tanto en producciones de grandes estudios como en cintas de clase B en la última etapa de su carrera. Pero no solo fue una imagen glamorosa: también destacaba por su talento musical, siendo considerada una prodigio en ese ámbito. En contraste, Mariska tomó distancia del perfil público de su madre, eligiendo interpretar a mujeres fuertes y resilientes. Su papel más emblemático, Olivia Benson, en “ La Ley y el Orden : U. V.E.”, ha marcado su carrera durante más de 26 años, dándole espacio para desarrollarse como actriz, directora y productora. En “My Mom Jayne ”, producción original de HBO, la historia familiar se reconstruye con honestidad y sensibilidad. Los hermanos de Hargitay, especialmente los mayores, aportan testimonios fundamentales para dar forma a una imagen más matizada de Jayne Mansfield, con sus luces y sombras. El resultado es una narrativa conmovedora que permite a Mariska reconciliarse con el legado de su madre y, al mismo tiempo, descubrir aspectos que desconocía de ella. Además, el documental guarda una revelación personal impactante: un secreto que Hargitay mantuvo en silencio durante más de 30 años, relacionado con sus orígenes.
Habitar la intimidad del otro permite mirar la historia personal con distancia y resignificar el pasado. Esa es la premisa que plantea el documentalMe gustaría que vivieras mi juventud de nuevo” del director Nicolás Guzmán. El largometraje sigue a Victoria y José, secretaria y estudiante de la Escuela de Cine de la Universidad de Chile. Ambos participan en un ejercicio de empatía, en el que se les pide que escriban una carta sobre alguna experiencia difícil de su vida. Luego, intercambian los textos y los interpretan en primera persona. Gracias a este experimento, que tiene como lema “si yo no me atrevo a decirlo, que alguien lo diga por mí”, Victoria cuenta el complejo período que vivió junto a su ex esposo, etapa que por mucho tiempo quiso olvidar. Por su parte, José relata momentos dolorosos de su infancia y adolescencia. La cinta va de menos a más. En la primera parte se muestra la vida cotidiana de los protagonistas. En estas escenas, Victoria narra cómo logró sacar adelante a sus hijos después de separarse. Estas imágenes se van alternando con la historia de José, quien confiesa que en ocasiones tiene encuentros con hombres para pagar el arriendo de la pieza donde vive o para cubrir otros gastos. Al final del documental ambos interpretan las cartas. Este, por lejos, es el momento más sensible e íntimo. Aunque los dos apenas se conocen y tienen historias de vida muy distintas, logran empatizar con el otro dejando de lado los juicios. El director, y también académico de la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad de Chile, opta por un enfoque experimental, donde la cámara se transforma en un testigo silencioso y esencial que registra cada revelación con respeto y cercanía. “Me gustaría que vivieras mi juventud de nuevo” invita al espectador a reflexionar sobre el poder sanador que tiene la escritura y la narración oral, sobre todo cuando la voz propia encuentra eco en el otro, cuando se produce un proceso de liberación colectiva. El documental, financiado por el Fondo de Fomento Audiovisual del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, se podrá ver en salas independientes a partir de este jueves 26 de junio.
Con una mirada íntima, sensible y humana, las directoras Martina Matzkin y Gabriela Uassouf abordan en su documental “Cuidadoras” las dificultades que afrontan las mujeres trans en el mundo laboral . La cinta sigue la vida de Luciana, Maia y Yenifer, tres egresadas de un curso de cuidado de adultos mayores que están realizando su práctica en el hogar de ancianos Santa Ana de Buenos Aires. Esta es la primera vez que acceden a un empleo formal. Hasta ahora, su identidad de género las había relegado a la prostitución y a trabajos precarios. Este logro es muy importante para ellas, ya que buscan una oportunidad que les permita tener una vida más digna y con mejores condiciones. Después de años de sentirse excluidas de la sociedad, pudieron formarse como cuidadoras gracias a un programa estatal que brinda capacitación y empleos formales a personas trans. Durante la práctica laboral, las protagonistas forman un vínculo genuino con los adultos mayores. Ellos les cuentan sus historias de vida y les dan consejos sobre las relaciones de pareja, el trabajo y la amistad. Por su parte, las cuidadoras los escuchan con atención y los acompañan en sus actividades cotidianas. Algunos residentes, al principio, no saben cómo tratar a las practicantes. Por ejemplo, no entienden qué pronombre tienen que usar, porque es su primer encuentro con mujeres trans, pero quienes están más familiarizados con el tema de la identidad de género les explican que tienen que decir ella, no él. De esta manera, para Luciana, Maia y Yenifer la residencia se transforma en un verdadero hogar, donde encuentran respeto y dignidad, y sobre todo donde la empatía supera los prejuicios. Con el paso del tiempo, una de las cuidadoras piensa en la posibilidad de estudiar Enfermería; otra, evalúa si seguir en el hogar, porque el empleo no es bien remunerado y en el trabajo informal que tenía antes ganaba más dinero. El documental también retrata el primer encuentro que tienen las cuidadoras con la vejez. Ellas saben que en Argentina la expectativa de vida para las personas trans no supera los 40 años. Aun así, miran el futuro con esperanza, y se imaginan cómo serán cuando lleguen a la tercera edad y necesiten que alguien las cuide. En gran parte, su experiencia en el hogar de ancianos les permite visualizarse como adultas mayores que reciben respeto y afecto en sus últimos años de vida: un anhelo que antes veían como imposible de cumplir. La cinta, se mueve con delicadeza entre escenas de cuidado y momentos de diálogo y risas. Rehúye del sensacionalismo, no tiene entrevistas forzadas ni discursos panfletarios. El uso de planos fijos con luz natural sitúa al espectador como testigo cercano, pero nunca invasivo. A través de una cámara que observa más que interroga, el largometraje nos permite entrar a la cotidianeidad de tres mujeres trans que han encontrado en el cuidado de personas mayores no solo un trabajo, sino también una forma de sanar, pertenecer y resistir. “Cuidadoras” se estrena este jueves 12 de junio en nuestro país en salas de cine seleccionadas. La fecha elegida coincide con el mes del orgullo, y que mejor manera de conmemorarlo que viendo un documental que invita a reflexionar sobre la falta de políticas públicas que fomenten la inserción laboral de la comunidad trans.
Luego de un periplo por festivales de cine, el documentalPirópolis llegó a salas comerciales del país para mostrarse al público en general. Se trata de una producción audiovisual de Nicolás Molina (Flow, Gaucho Americano), que de manera empática y sencilla muestra el día a día de la tradicional Pompe France, cuartel de la 5ta compañía de bomberos de Valparaíso. Durante algunos años, en el contexto de la pandemia del Covid-19 y de la crisis social causada por la polarización existente ante el plebiscito para aprobar o rechazar una nueva Constitución, el director retrata -con su propia cámara- como opera la compañía, las relaciones interpersonales, como enfrentan los incendios forestales y estructurales de la ciudad. Se centra en la figura de su Capitán, las capacitaciones y apoyo que un grupo de bomberos franceses -liderado por un ya viejo amigo de ellos, Baptista- les ofrecen debido al intercambio cultural que existe con los galos y las adaptaciones que deben hacer con la llegada de dos mujeres al equipo. Mención aparte para Copón, el perrito de la compañía, que aporta el toque de ternura a la película. Durante la función de prensa que se realizó para presentar esta película de cara a su estreno en cines, Nicolás Molina dijo sobre este documental que,fue un rodaje largo, de cuatro años, que partió el 2019. Por casualidad fue justo cuando la ciudad se quemó, pero también fueron muchos años previos, donde fuimos entendiendo la mítica de Valparaíso en torno al fuego. Antes de ser colonizada ya que tenía un nombre que hacía referencia a una ciudad que siempre se quemó. El nombre era Alimapu, que significa tierra quemada. Una producción que tiene algo drama y comedia, cuyo relato y atención se van diluyendo pasada la hora de metraje, no así la intensidad de sus imágenes. En salas seleccionadas del país, gracias a Miradoc, desde el 3 de abril.