Esta semana llega a los cinesLa Fuente, la nueva película de Daniel Vivanco, un thriller político inspirado libremente en los episodios reales ocurridos durante el Estallido Social, cuando el dueño de la Fuente Alemana se enfrentó a solas -y durante semanas- a grupos que intentaban destruir su local. Vivanco toma ese hecho icónico y lo transforma en una ficción tensa, polémica y sorprendentemente entretenida, que se atreve a mirar un conflicto reciente desde un ángulo casi prohibido. Luis Gnecco interpreta a Luca Barella -rebautizado aquí como Carlos Siri en la vida real- un comerciante que intenta sostener su sanguchería mientras el barrio se derrumba a su alrededor. Gnecco entrega una actuación sólida, con un parecido físico que termina jugando a favor de la verosimilitud, y sostiene gran parte del peso dramático del relato. El elenco secundario está a la altura: Patricio Achurra, Francisco Pérez-Bannen, Paola Giannini y un Roberto Farías que vuelve a su zona de confort interpretando a un antagonista feroz. Pero más allá de la coyuntura política, Vivanco toma un camino claramente cinematográfico: la película adopta una estructura cercana a los grandes relatos de asedio, con ecos directos de Río Bravo de Howard Hawks y Assault on Precinct 13 de John Carpenter. Tal como en esos clásicos, aquí un grupo reducido de personajes queda sitiado dentro de una sola locación -la sanguchería La Fuente- mientras fuerzas externas avanzan de manera imparable. Ese encierro físico y psicológico le da al film un pulso constante, una tensión que no decae y que lo separa del simple docudrama. Vivanco juega con evidente carga política, pero evita que la película se transforme en un editorial interminable. Sí: La Fuente tiene momentos panfletarios y subraya algunas ideas más de la cuenta. Pero aun así, el director logra construir una historia que avanza con ritmo, sin caídas y con un sentido claro del suspenso. Es una mirada hacia esos personajes anónimos -comerciantes, trabajadores de barrio- que quedaron aplastados entre discursos más grandes que ellos. Y esa perspectiva, guste o no, le otorga identidad propia. La película también se toma licencias creativas, especialmente hacia el final, donde el destino del protagonista se aleja completamente de los hechos reales. Es cine, no crónica, y Vivanco no pretende ocultarlo. El problema mayor está en otra parte: algunos efectos especiales, particularmente en las secuencias de ataques y fuego, están muy por debajo del nivel general del filme. Son momentos que le juegan en contra a un proyecto que, pese a su bajo presupuesto, funciona mejor cuando se apoya en el realismo sucio de sus locaciones y la fisicidad de sus actores. Aun así, La Fuente se sostiene como una película valiente, que no teme entrar en terreno minado para contar la historia de un hombre común atrapado en un vendaval social que lo supera. Será discutida, cuestionada y probablemente usada por todos los bandos para apuntalar sus propios argumentos. Pero, por sobre todo, es cine que observa, provoca y propone un punto de vista distinto en tiempos donde abundan los relatos monocromáticos. Y solo por eso, ya vale la pena verla.
Esta semana llega a los cinesLa Fuente, la nueva película de Daniel Vivanco, un thriller político inspirado libremente en los episodios reales ocurridos durante el Estallido Social, cuando el dueño de la Fuente Alemana se enfrentó a solas -y durante semanas- a grupos que intentaban destruir su local. Vivanco toma ese hecho icónico y lo transforma en una ficción tensa, polémica y sorprendentemente entretenida, que se atreve a mirar un conflicto reciente desde un ángulo casi prohibido. Luis Gnecco interpreta a Luca Barella -rebautizado aquí como Carlos Siri en la vida real- un comerciante que intenta sostener su sanguchería mientras el barrio se derrumba a su alrededor. Gnecco entrega una actuación sólida, con un parecido físico que termina jugando a favor de la verosimilitud, y sostiene gran parte del peso dramático del relato. El elenco secundario está a la altura: Patricio Achurra, Francisco Pérez-Bannen, Paola Giannini y un Roberto Farías que vuelve a su zona de confort interpretando a un antagonista feroz. Pero más allá de la coyuntura política, Vivanco toma un camino claramente cinematográfico: la película adopta una estructura cercana a los grandes relatos de asedio, con ecos directos de Río Bravo de Howard Hawks y Assault on Precinct 13 de John Carpenter. Tal como en esos clásicos, aquí un grupo reducido de personajes queda sitiado dentro de una sola locación -la sanguchería La Fuente- mientras fuerzas externas avanzan de manera imparable. Ese encierro físico y psicológico le da al film un pulso constante, una tensión que no decae y que lo separa del simple docudrama. Vivanco juega con evidente carga política, pero evita que la película se transforme en un editorial interminable. Sí: La Fuente tiene momentos panfletarios y subraya algunas ideas más de la cuenta. Pero aun así, el director logra construir una historia que avanza con ritmo, sin caídas y con un sentido claro del suspenso. Es una mirada hacia esos personajes anónimos -comerciantes, trabajadores de barrio- que quedaron aplastados entre discursos más grandes que ellos. Y esa perspectiva, guste o no, le otorga identidad propia. La película también se toma licencias creativas, especialmente hacia el final, donde el destino del protagonista se aleja completamente de los hechos reales. Es cine, no crónica, y Vivanco no pretende ocultarlo. El problema mayor está en otra parte: algunos efectos especiales, particularmente en las secuencias de ataques y fuego, están muy por debajo del nivel general del filme. Son momentos que le juegan en contra a un proyecto que, pese a su bajo presupuesto, funciona mejor cuando se apoya en el realismo sucio de sus locaciones y la fisicidad de sus actores. Aun así, La Fuente se sostiene como una película valiente, que no teme entrar en terreno minado para contar la historia de un hombre común atrapado en un vendaval social que lo supera. Será discutida, cuestionada y probablemente usada por todos los bandos para apuntalar sus propios argumentos. Pero, por sobre todo, es cine que observa, provoca y propone un punto de vista distinto en tiempos donde abundan los relatos monocromáticos. Y solo por eso, ya vale la pena verla.