El actor estadounidense Peter Greene, recordado por su intensidad en pantalla y por una carrera marcada por personajes incómodos y al límite, falleció a los 60 años. Greene fue hallado sin vida en su apartamento del barrio Lower East Side de Nueva York el viernes 12 de diciembre, y si bien aún no se ha determinado oficialmente la causa de la muerte, las autoridades no sospechan de intervención criminal. Aunque nunca alcanzó el estatus de estrella, su rostro y su forma de habitar a los personajes lo convirtieron en una figura reconocible y profundamente perturbadora dentro del cine estadounidense de los años 90. Greene fue uno de esos actores de carácter capaces de cargar una escena con solo aparecer. Su filmografía incluye títulos populares como Pulp Fiction y La Máscara, donde interpretó antagonistas memorables, dotados de una violencia contenida y una inquietud que trascendía el guion. Sin embargo, reducir su legado a esos papeles sería injusto. Su trabajo más importante -y el que mejor resume su talento- llegó con Clean, Shaven (1993), la ópera prima de Lodge Kerrigan. En esa película, Greene interpreta a un hombre que padece esquizofrenia y que deambula obsesivamente en busca de su hija. Lejos de cualquier mirada complaciente o didáctica, el film se sumerge en la experiencia subjetiva del personaje, construyendo un relato asfixiante, fragmentado y profundamente humano. La actuación de Greene es central: física, vulnerable, incómoda, casi dolorosa de observar. Una de esas interpretaciones que no buscan agradar, sino confrontar. Clean, Shaven se convirtió con el tiempo en una obra de culto del cine independiente norteamericano y en un ejemplo temprano de un cine que se atrevía a mirar la enfermedad mental sin filtros ni explicaciones tranquilizadoras. En ese contexto, la actuación de Greene permanece como un hito silencioso, muchas veces olvidado por los grandes relatos de la década, pero imposible de ignorar para quienes la han visto. A lo largo de su carrera, Peter Greene encarnó hombres rotos, violentos o marginales, personajes que parecían cargar con algo más grande que ellos mismos. Tal vez por eso nunca fue una figura del todo cómoda para el sistema, pero sí una presencia honesta y persistente dentro del cine. Con su muerte, se va un actor que supo incomodar, que encontró en el cine un espacio para mostrar lo que otros preferían mantener fuera de cuadro. Su legado, especialmente Clean, Shaven, sigue ahí: intacto, perturbador y necesario.
El actor estadounidense Peter Greene, recordado por su intensidad en pantalla y por una carrera marcada por personajes incómodos y al límite, falleció a los 60 años. Greene fue hallado sin vida en su apartamento del barrio Lower East Side de Nueva York el viernes 12 de diciembre, y si bien aún no se ha determinado oficialmente la causa de la muerte, las autoridades no sospechan de intervención criminal. Aunque nunca alcanzó el estatus de estrella, su rostro y su forma de habitar a los personajes lo convirtieron en una figura reconocible y profundamente perturbadora dentro del cine estadounidense de los años 90. Greene fue uno de esos actores de carácter capaces de cargar una escena con solo aparecer. Su filmografía incluye títulos populares como Pulp Fiction y La Máscara, donde interpretó antagonistas memorables, dotados de una violencia contenida y una inquietud que trascendía el guion. Sin embargo, reducir su legado a esos papeles sería injusto. Su trabajo más importante -y el que mejor resume su talento- llegó con Clean, Shaven (1993), la ópera prima de Lodge Kerrigan. En esa película, Greene interpreta a un hombre que padece esquizofrenia y que deambula obsesivamente en busca de su hija. Lejos de cualquier mirada complaciente o didáctica, el film se sumerge en la experiencia subjetiva del personaje, construyendo un relato asfixiante, fragmentado y profundamente humano. La actuación de Greene es central: física, vulnerable, incómoda, casi dolorosa de observar. Una de esas interpretaciones que no buscan agradar, sino confrontar. Clean, Shaven se convirtió con el tiempo en una obra de culto del cine independiente norteamericano y en un ejemplo temprano de un cine que se atrevía a mirar la enfermedad mental sin filtros ni explicaciones tranquilizadoras. En ese contexto, la actuación de Greene permanece como un hito silencioso, muchas veces olvidado por los grandes relatos de la década, pero imposible de ignorar para quienes la han visto. A lo largo de su carrera, Peter Greene encarnó hombres rotos, violentos o marginales, personajes que parecían cargar con algo más grande que ellos mismos. Tal vez por eso nunca fue una figura del todo cómoda para el sistema, pero sí una presencia honesta y persistente dentro del cine. Con su muerte, se va un actor que supo incomodar, que encontró en el cine un espacio para mostrar lo que otros preferían mantener fuera de cuadro. Su legado, especialmente Clean, Shaven, sigue ahí: intacto, perturbador y necesario.