El actor estadounidense Peter Greene, recordado por su intensidad en pantalla y por una carrera marcada por personajes incómodos y al límite, falleció a los 60 años. Greene fue hallado sin vida en su apartamento del barrio Lower East Side de Nueva York el viernes 12 de diciembre, y si bien aún no se ha determinado oficialmente la causa de la muerte, las autoridades no sospechan de intervención criminal. Aunque nunca alcanzó el estatus de estrella, su rostro y su forma de habitar a los personajes lo convirtieron en una figura reconocible y profundamente perturbadora dentro del cine estadounidense de los años 90. Greene fue uno de esos actores de carácter capaces de cargar una escena con solo aparecer. Su filmografía incluye títulos populares como Pulp Fiction y La Máscara, donde interpretó antagonistas memorables, dotados de una violencia contenida y una inquietud que trascendía el guion. Sin embargo, reducir su legado a esos papeles sería injusto. Su trabajo más importante -y el que mejor resume su talento- llegó con Clean, Shaven (1993), la ópera prima de Lodge Kerrigan. En esa película, Greene interpreta a un hombre que padece esquizofrenia y que deambula obsesivamente en busca de su hija. Lejos de cualquier mirada complaciente o didáctica, el film se sumerge en la experiencia subjetiva del personaje, construyendo un relato asfixiante, fragmentado y profundamente humano. La actuación de Greene es central: física, vulnerable, incómoda, casi dolorosa de observar. Una de esas interpretaciones que no buscan agradar, sino confrontar. Clean, Shaven se convirtió con el tiempo en una obra de culto del cine independiente norteamericano y en un ejemplo temprano de un cine que se atrevía a mirar la enfermedad mental sin filtros ni explicaciones tranquilizadoras. En ese contexto, la actuación de Greene permanece como un hito silencioso, muchas veces olvidado por los grandes relatos de la década, pero imposible de ignorar para quienes la han visto. A lo largo de su carrera, Peter Greene encarnó hombres rotos, violentos o marginales, personajes que parecían cargar con algo más grande que ellos mismos. Tal vez por eso nunca fue una figura del todo cómoda para el sistema, pero sí una presencia honesta y persistente dentro del cine. Con su muerte, se va un actor que supo incomodar, que encontró en el cine un espacio para mostrar lo que otros preferían mantener fuera de cuadro. Su legado, especialmente Clean, Shaven, sigue ahí: intacto, perturbador y necesario.
En medio del estallido social y la pandemia, cuando el país vivía una crisis emocional sin precedentes, la gestora cultural Mariana Riveros sintió la necesidad de crear un espacio seguro para que las personas pudieran expresarse sin miedo. Así nació 100 Voces: un legado de Chile al mundo. “El libro nació en un momento muy intenso y muy doloroso para todos. Mi primera pregunta fue: ¿qué estamos sintiendo como humanidad?”, recuerda. El proyecto comenzó con una simple idea: abrir un grupo de WhatsApp, ofrecer 100 cupos y reunir 100 voces escribiendo lo que vivían en ese minuto histórico. “Se me vino el número 100, se me vinieron las voces… y dije: van a ser 100 cupos y 100 voces escribiendo lo que sienten”. La respuesta fue inmediata. En menos de un mes, más de 300 mujeres querían participar. Cada una debía firmar un acuerdo, enviar una selfie, escribir un texto y grabar un audio para un audiolibro inclusivo. “En enero ya estábamos con 100 mujeres listas. Algunas entraban, otras se bajaban, pero llegamos a esa primera versión”, relata. Lo que empezó en Chile se expandió rápidamente a otros países. Argentina, Venezuela, México, Honduras y Perú replicaron el modelo con embajadores locales. “Diseñé una estrategia muy simple: una embajadora, un diseñador o diseñadora y un grupo de WhatsApp. Así se juntaron 100 voces en cada país”. Con el tiempo también llegaron los hombres. “Esto no es feminismo ni machismo, no es política ni religión. Simplemente partió por mujeres porque fueron las primeras en querer participar. Cuando llegó el primer hombre, le abrí la puerta igual que a todas”. El libro resultante se convirtió en un registro emocional del Chile de esos años, con relatos de mujeres de 9 a 83 años, voces de Rapa Nui, migrantes, una carabinera, una exmonja y una participante que narró su transición de género. “Hay poesía, prosa, cuento… pero sobre todo hay verdad. Son almas puestas sobre la mesa”. Entre los temas más recurrentes apareció el quiebre interior. “El estallido nos obligó a mirar hacia afuera; la pandemia nos obligó a mirarnos hacia adentro. Ese movimiento interno es lo que más aparece”, explica. Mariana también creó un poema construido con frases de los 100 textos, El canto del corazón. “Quise darle unidad, un hilo que nos conectara. Hice un cadáver exquisito con extractos de los 100 escritos”. Tras un periodo personal marcado por duelos y cambios profundos —que la llevaron a mudarse al sur— el proyecto volvió a tomar fuerza. Hoy realiza talleres, encuentros y actividades para seguir expandiendo la comunidad. “ Quiero entregar este don, ayudar a otros a escribir, a ordenarse, a sanar. La escritura es un lugar seguro”. Hoy, además, Riveros ya trabaja en el segundo libro del proyecto, una continuación natural que busca incorporar nuevas voces y abrir aún más el espacio de expresión emocional. Su idea es que quienes lean 100 Voces puedan también convertirse en participantes del próximo volumen. “Cada uno puede vivir el proceso desde adentro. Este legado sigue creciendo”. Mirando hacia adelante, Riveros lo tiene claro: “Que se emocionen. Que vean que estas personas fueron valientes, que abrieron su corazón. Esto queda como un legado cultural para futuras generaciones”. Para ver la entrevista completa, visita nuestro canal de YouTube a continuación:
El Museo Chileno de Arte Precolombino abrirá el 11 de diciembre su nueva exposición temporal “Vivos y presentes. Arte de los pueblos Atacameño/Lickanantay, Mapuche y Rapanui”, una muestra que pone en el centro la vigencia, creatividad y memoria de tres de los pueblos originarios más relevantes del país. La exhibición estará disponible hasta junio de 2026 en las salas Andes y Furman. El proyecto surge de la investigación Catálogo Razonado, iniciada en 2022, que reunió a sabios, artesanos y especialistas de comunidades indígenas para dialogar sobre la colección del museo. Este trabajo colaborativo produjo 220 fichas razonadas, tres catálogos dedicados a cada pueblo y, sobre todo, una nueva forma de mirar las piezas: no solo como objetos, sino como portadoras de historias, afectos y vínculos que siguen vivos. “Esta exposición marca un hito, porque no se centra solo en los objetos, sino en las conexiones con las personas que los crean y sostienen”, destaca Cecilia Puga, directora del Museo Precolombino. El curador, Cristian Vargas Paillahueque, añade que el enfoque permite que las piezas “se conviertan en interlocutoras vivas de los pueblos que las transforman”. La muestra reúne piezas del propio Museo Precolombino y de instituciones como el Museo Nacional de Historia Natural, Museo de Historia Natural de Valparaíso y Museo Fonck, además de colecciones privadas y obras especialmente comisionadas. También incorpora material audiovisual y un fuerte componente archivístico que destaca autorías y rostros detrás de cada creación. Esta exposición cuenta con el apoyo de Escondida, BHP y la Ley de Donaciones Culturales. En un contexto global donde los museos replantean cómo exhiben el arte indígena, “Vivos y presentes” apuesta por mostrar la continuidad, resistencia y vitalidad de tradiciones que han sobrevivido a siglos de transformaciones. Durante los siete meses de exhibición, habrá conversatorios, talleres, visitas mediadas y espacios de mediación autónoma para el público. Disponible desde el 11 de diciembre hasta junio de 2026.
El cine de terror ambientado en navidad no es algo nuevo ni original. Desde el clásico slasher setentero “Black Christmas” (1974), que serviría de influencia -incluso- para “Halloween” de John Carpenter, hasta las cintas más modernas como “Krampus” (2015) e “It’s a Wonderful Knife” (2023), el género ha visto de todo. Y a pocos días de que llegue a salas nacionales “Christmas Bloody Christmas” (2022), quisimos hacer un repaso a la franquicia “Silent Night, Deadly Night” (también conocida como “Noche de Paz, Noche de Horror”), una de las franquicias de horror navideño más bizarras que ha visto la pantalla grande (con permiso de “Jack Frost”), que ya cuenta con cinco cintas principales y un remake de la primera que se estrenó el año 2012. Pese a que no tiene el reconocimiento, la popularidad ni la calidad de otros proyectos como “Viernes 13”, “Pesadilla en Elm Street” o “La Masacre de Texas”, se trata de una saga de culto que todavía tiene fanáticos alrededor del mundo, especialmente por lo alocada y controversial de su propuesta. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT de Charles E. Sellier Jr. (1984) De vez en cuando, sale una película de horror que se la arregla para molestar a mucha gente, y la versión original de “Silent Night, Deadly Night” fue una de ellas. El proyecto nació con el objetivo de convertirse en otro producto de horror barato más, sin embargo, el trabajo del director Charles E. Sellier Jr, fue condenado de inmediato por padres y organizaciones familiares, que veían con malos ojos la figura de un Viejo Pascuero maníaco y asesino. Durante su estreno se organizaban protestas para que la cinta fuese retirada de los cines, e -incluso- los críticos Siskel y Ebert denunciaron su contenido sórdido, violento y repleto de desnudos frontales femeninos. No obstante, como suele pasar con estas películas taboo, se las arregló para encontrar una segunda vida en el formato casero (VHS), para que los fanáticos del terror B tuvieran la oportunidad de ver un filme que, aunque es bastante descarado, no es para tanto, está repleta de fallos, malas actuaciones y otras “virtudes” del cine de bajo presupuesto. La historia nos presenta al pequeño Billy Caldwell, quien con tan solo cinco años, durante un viaje en carretera, presencia junto a su hermano bebé como un psicópata disfrazado de Santa Claus asesina brutalmente a sus padres. Años después, ya con 18 años, y trastornado por todo lo que ha pasado durante su infancia, inicia una serie de macabros crímenes disfrazado como Papá Noel, listo para castigar a todos quienes se porten mal. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT 2 de Lee Harry (1987) Tres años después de la controversia llegaría la segunda parte, que sigue la historia pero vista desde los ojos de Ricky Caldwell, el hermano menor del asesino de la película original, quien ya con 18 años está internado en un hospital psiquiátrico a la espera de un juicio por una serie de asesinatos que también cometió. En una entrevista con el Dr. Bloom, a través de flashbacks, Ricky recapitula los crímenes de su hermano y los suyos, lo que terminará en otra ola de muertes. Es posible que “Silent Night, Deadly Night 2” sea -incluso- mucho más conocida que su predecesora, sólo que no por las razones correctas, porque se trata de una de las secuelas peor evaluadas de la historia y considerada “tan mala que es buena”. A pesar de su interesante propuesta, la cinta abusa de los flashbacks, nos muestra casi 40 minutos de la primera película y las actuaciones varían de abismales a ridículamente entretenidas, especialmente la del protagonista Eric Freeman, quien con su sobreactuación y levantamiento perpetuo de cejas, nos entrega una hilarante interpretación de culto. ¿Las razones del fracaso? Al director Lee Harry le pasaron sólo 100 mil dólares para grabar nuevas escenas y dada las limitaciones, no tuvo tiempo de aconsejar al actor principal sobre cómo interpretar al asesino. En cambio, el coguionista Joseph Earle quien también estaba en el set, le decía a Freeman que fuera cada vez más allá con su actuación. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT 3: BETTER WATCH OUT! de Monte Hellman (1989) Lanzada directamente en VHS, esta tercera entrega tiene la particularidad de estar dirigida por el veterano Monte Hellman (The Shooting, Two Lane Blacktop) y tener de villano al actor de culto Bill Moseley (La Masacre de Texas 2). Y curiosamente, a pesar de no ser tan conocida, está bastante mejor filmada y actuada que su predecesora, aunque la historia -por momentos- es bastante rara y delirante, no hay Santas asesinos y la navidad no tiene mayor relevancia en la historia. Esta sería la última que seguiría el argumento de las dos anteriores al recuperar al asesino Ricky, quien tras haber sido cosido a tiros al final de la 2, ha sido salvado de la muerte gracias a una intervención que le ha puesto en coma. Queriendo contactar con el asesino, el excéntrico Dr. Newbury comienza a utilizar a una muchacha ciega clarividente llamada Laura Anderson (Samantha Scully) para contactarlo. Sin embargo, estos experimentos harán que el cerebro de Ricky reaccione y despierte de su letargo, conectado mentalmente con la muchacha. Tras escapar del hospital, Ricky irá sumando víctimas. Lejos del estilo “chistoso” de la anterior, “Silent Night, Deadly Night 3” es una película B bastante decente, con algunas muertes bien logradas, pero eso sí con varias incoherencias argumentales. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT 4: INITIATION de Brian Yuzna (1990) Dirigida por el cineasta de culto Brian Yuzna (Society), para muchos la cuarta parte de la saga es la peor de todas, principalmente por alejarse completamente de la trama principal y no tener relación absoluta con la Navidad, y las escasas escenas que la vinculan con la celebración se sienten muy forzadas para hacer de este capítulo parte de la serie. No obstante no todo es malo, porque la cuarta parte es también un regreso a cierto mínimo de calidad. La historia abandona el “slasher” y construye un relato urbano de brujería y satanismo. Nos presenta a una reportera que investiga la muerte de una mujer que prendió fuego a un edificio y saltó al vacío. Esta investigación la lleva a descubrir la existencia de una extraña secta, con la que se verá involucrada. La película, además, tiene un montón de escenas grotescas que serán sello del director en trabajos posteriores. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT 5: THE TOY MAKER de Martin Kitrosser (1991) Durante el estreno de la “Silent Night, Deadly Night” original, el actor Mickey Rooney condenó públicamente la película en una carta escrita a los productores. Pero irónicamente, años después, el histrión sería el villano de la quinta entrega, probablemente la más delirante de todas. “The Toy Maker” llegó directamente al mercado doméstico, y nuevamente contó con Yuzna detrás de cámaras como productor y co-guionista. Y aunque tampoco tiene que ver con la historia original, sabe encontrar puntos interesantes dentro de su locura argumental, con sus limitados recursos y su evidente ambientación californiana. La historia mezcla el terror y la ciencia ficción, narra sobre misteriosos juguetes responsables de la muerte de pobres desgraciados, y cómo un creador de juguetes y su hijo se dedican a crear máquinas de matar. Esta quinta parte probablemente sea la mejor después de la original, por ser una verdadero cuento infantil de navidad grotesco y desquiciado, con escenas que marcaron a muchos niños de la época.
Esta semana llega a los cinesLa Fuente, la nueva película de Daniel Vivanco, un thriller político inspirado libremente en los episodios reales ocurridos durante el Estallido Social, cuando el dueño de la Fuente Alemana se enfrentó a solas -y durante semanas- a grupos que intentaban destruir su local. Vivanco toma ese hecho icónico y lo transforma en una ficción tensa, polémica y sorprendentemente entretenida, que se atreve a mirar un conflicto reciente desde un ángulo casi prohibido. Luis Gnecco interpreta a Luca Barella -rebautizado aquí como Carlos Siri en la vida real- un comerciante que intenta sostener su sanguchería mientras el barrio se derrumba a su alrededor. Gnecco entrega una actuación sólida, con un parecido físico que termina jugando a favor de la verosimilitud, y sostiene gran parte del peso dramático del relato. El elenco secundario está a la altura: Patricio Achurra, Francisco Pérez-Bannen, Paola Giannini y un Roberto Farías que vuelve a su zona de confort interpretando a un antagonista feroz. Pero más allá de la coyuntura política, Vivanco toma un camino claramente cinematográfico: la película adopta una estructura cercana a los grandes relatos de asedio, con ecos directos de Río Bravo de Howard Hawks y Assault on Precinct 13 de John Carpenter. Tal como en esos clásicos, aquí un grupo reducido de personajes queda sitiado dentro de una sola locación -la sanguchería La Fuente- mientras fuerzas externas avanzan de manera imparable. Ese encierro físico y psicológico le da al film un pulso constante, una tensión que no decae y que lo separa del simple docudrama. Vivanco juega con evidente carga política, pero evita que la película se transforme en un editorial interminable. Sí: La Fuente tiene momentos panfletarios y subraya algunas ideas más de la cuenta. Pero aun así, el director logra construir una historia que avanza con ritmo, sin caídas y con un sentido claro del suspenso. Es una mirada hacia esos personajes anónimos -comerciantes, trabajadores de barrio- que quedaron aplastados entre discursos más grandes que ellos. Y esa perspectiva, guste o no, le otorga identidad propia. La película también se toma licencias creativas, especialmente hacia el final, donde el destino del protagonista se aleja completamente de los hechos reales. Es cine, no crónica, y Vivanco no pretende ocultarlo. El problema mayor está en otra parte: algunos efectos especiales, particularmente en las secuencias de ataques y fuego, están muy por debajo del nivel general del filme. Son momentos que le juegan en contra a un proyecto que, pese a su bajo presupuesto, funciona mejor cuando se apoya en el realismo sucio de sus locaciones y la fisicidad de sus actores. Aun así, La Fuente se sostiene como una película valiente, que no teme entrar en terreno minado para contar la historia de un hombre común atrapado en un vendaval social que lo supera. Será discutida, cuestionada y probablemente usada por todos los bandos para apuntalar sus propios argumentos. Pero, por sobre todo, es cine que observa, provoca y propone un punto de vista distinto en tiempos donde abundan los relatos monocromáticos. Y solo por eso, ya vale la pena verla.
El actor estadounidense Peter Greene, recordado por su intensidad en pantalla y por una carrera marcada por personajes incómodos y al límite, falleció a los 60 años. Greene fue hallado sin vida en su apartamento del barrio Lower East Side de Nueva York el viernes 12 de diciembre, y si bien aún no se ha determinado oficialmente la causa de la muerte, las autoridades no sospechan de intervención criminal. Aunque nunca alcanzó el estatus de estrella, su rostro y su forma de habitar a los personajes lo convirtieron en una figura reconocible y profundamente perturbadora dentro del cine estadounidense de los años 90. Greene fue uno de esos actores de carácter capaces de cargar una escena con solo aparecer. Su filmografía incluye títulos populares como Pulp Fiction y La Máscara, donde interpretó antagonistas memorables, dotados de una violencia contenida y una inquietud que trascendía el guion. Sin embargo, reducir su legado a esos papeles sería injusto. Su trabajo más importante -y el que mejor resume su talento- llegó con Clean, Shaven (1993), la ópera prima de Lodge Kerrigan. En esa película, Greene interpreta a un hombre que padece esquizofrenia y que deambula obsesivamente en busca de su hija. Lejos de cualquier mirada complaciente o didáctica, el film se sumerge en la experiencia subjetiva del personaje, construyendo un relato asfixiante, fragmentado y profundamente humano. La actuación de Greene es central: física, vulnerable, incómoda, casi dolorosa de observar. Una de esas interpretaciones que no buscan agradar, sino confrontar. Clean, Shaven se convirtió con el tiempo en una obra de culto del cine independiente norteamericano y en un ejemplo temprano de un cine que se atrevía a mirar la enfermedad mental sin filtros ni explicaciones tranquilizadoras. En ese contexto, la actuación de Greene permanece como un hito silencioso, muchas veces olvidado por los grandes relatos de la década, pero imposible de ignorar para quienes la han visto. A lo largo de su carrera, Peter Greene encarnó hombres rotos, violentos o marginales, personajes que parecían cargar con algo más grande que ellos mismos. Tal vez por eso nunca fue una figura del todo cómoda para el sistema, pero sí una presencia honesta y persistente dentro del cine. Con su muerte, se va un actor que supo incomodar, que encontró en el cine un espacio para mostrar lo que otros preferían mantener fuera de cuadro. Su legado, especialmente Clean, Shaven, sigue ahí: intacto, perturbador y necesario.
En medio del estallido social y la pandemia, cuando el país vivía una crisis emocional sin precedentes, la gestora cultural Mariana Riveros sintió la necesidad de crear un espacio seguro para que las personas pudieran expresarse sin miedo. Así nació 100 Voces: un legado de Chile al mundo. “El libro nació en un momento muy intenso y muy doloroso para todos. Mi primera pregunta fue: ¿qué estamos sintiendo como humanidad?”, recuerda. El proyecto comenzó con una simple idea: abrir un grupo de WhatsApp, ofrecer 100 cupos y reunir 100 voces escribiendo lo que vivían en ese minuto histórico. “Se me vino el número 100, se me vinieron las voces… y dije: van a ser 100 cupos y 100 voces escribiendo lo que sienten”. La respuesta fue inmediata. En menos de un mes, más de 300 mujeres querían participar. Cada una debía firmar un acuerdo, enviar una selfie, escribir un texto y grabar un audio para un audiolibro inclusivo. “En enero ya estábamos con 100 mujeres listas. Algunas entraban, otras se bajaban, pero llegamos a esa primera versión”, relata. Lo que empezó en Chile se expandió rápidamente a otros países. Argentina, Venezuela, México, Honduras y Perú replicaron el modelo con embajadores locales. “Diseñé una estrategia muy simple: una embajadora, un diseñador o diseñadora y un grupo de WhatsApp. Así se juntaron 100 voces en cada país”. Con el tiempo también llegaron los hombres. “Esto no es feminismo ni machismo, no es política ni religión. Simplemente partió por mujeres porque fueron las primeras en querer participar. Cuando llegó el primer hombre, le abrí la puerta igual que a todas”. El libro resultante se convirtió en un registro emocional del Chile de esos años, con relatos de mujeres de 9 a 83 años, voces de Rapa Nui, migrantes, una carabinera, una exmonja y una participante que narró su transición de género. “Hay poesía, prosa, cuento… pero sobre todo hay verdad. Son almas puestas sobre la mesa”. Entre los temas más recurrentes apareció el quiebre interior. “El estallido nos obligó a mirar hacia afuera; la pandemia nos obligó a mirarnos hacia adentro. Ese movimiento interno es lo que más aparece”, explica. Mariana también creó un poema construido con frases de los 100 textos, El canto del corazón. “Quise darle unidad, un hilo que nos conectara. Hice un cadáver exquisito con extractos de los 100 escritos”. Tras un periodo personal marcado por duelos y cambios profundos —que la llevaron a mudarse al sur— el proyecto volvió a tomar fuerza. Hoy realiza talleres, encuentros y actividades para seguir expandiendo la comunidad. “ Quiero entregar este don, ayudar a otros a escribir, a ordenarse, a sanar. La escritura es un lugar seguro”. Hoy, además, Riveros ya trabaja en el segundo libro del proyecto, una continuación natural que busca incorporar nuevas voces y abrir aún más el espacio de expresión emocional. Su idea es que quienes lean 100 Voces puedan también convertirse en participantes del próximo volumen. “Cada uno puede vivir el proceso desde adentro. Este legado sigue creciendo”. Mirando hacia adelante, Riveros lo tiene claro: “Que se emocionen. Que vean que estas personas fueron valientes, que abrieron su corazón. Esto queda como un legado cultural para futuras generaciones”. Para ver la entrevista completa, visita nuestro canal de YouTube a continuación:
El Museo Chileno de Arte Precolombino abrirá el 11 de diciembre su nueva exposición temporal “Vivos y presentes. Arte de los pueblos Atacameño/Lickanantay, Mapuche y Rapanui”, una muestra que pone en el centro la vigencia, creatividad y memoria de tres de los pueblos originarios más relevantes del país. La exhibición estará disponible hasta junio de 2026 en las salas Andes y Furman. El proyecto surge de la investigación Catálogo Razonado, iniciada en 2022, que reunió a sabios, artesanos y especialistas de comunidades indígenas para dialogar sobre la colección del museo. Este trabajo colaborativo produjo 220 fichas razonadas, tres catálogos dedicados a cada pueblo y, sobre todo, una nueva forma de mirar las piezas: no solo como objetos, sino como portadoras de historias, afectos y vínculos que siguen vivos. “Esta exposición marca un hito, porque no se centra solo en los objetos, sino en las conexiones con las personas que los crean y sostienen”, destaca Cecilia Puga, directora del Museo Precolombino. El curador, Cristian Vargas Paillahueque, añade que el enfoque permite que las piezas “se conviertan en interlocutoras vivas de los pueblos que las transforman”. La muestra reúne piezas del propio Museo Precolombino y de instituciones como el Museo Nacional de Historia Natural, Museo de Historia Natural de Valparaíso y Museo Fonck, además de colecciones privadas y obras especialmente comisionadas. También incorpora material audiovisual y un fuerte componente archivístico que destaca autorías y rostros detrás de cada creación. Esta exposición cuenta con el apoyo de Escondida, BHP y la Ley de Donaciones Culturales. En un contexto global donde los museos replantean cómo exhiben el arte indígena, “Vivos y presentes” apuesta por mostrar la continuidad, resistencia y vitalidad de tradiciones que han sobrevivido a siglos de transformaciones. Durante los siete meses de exhibición, habrá conversatorios, talleres, visitas mediadas y espacios de mediación autónoma para el público. Disponible desde el 11 de diciembre hasta junio de 2026.
El cine de terror ambientado en navidad no es algo nuevo ni original. Desde el clásico slasher setentero “Black Christmas” (1974), que serviría de influencia -incluso- para “Halloween” de John Carpenter, hasta las cintas más modernas como “Krampus” (2015) e “It’s a Wonderful Knife” (2023), el género ha visto de todo. Y a pocos días de que llegue a salas nacionales “Christmas Bloody Christmas” (2022), quisimos hacer un repaso a la franquicia “Silent Night, Deadly Night” (también conocida como “Noche de Paz, Noche de Horror”), una de las franquicias de horror navideño más bizarras que ha visto la pantalla grande (con permiso de “Jack Frost”), que ya cuenta con cinco cintas principales y un remake de la primera que se estrenó el año 2012. Pese a que no tiene el reconocimiento, la popularidad ni la calidad de otros proyectos como “Viernes 13”, “Pesadilla en Elm Street” o “La Masacre de Texas”, se trata de una saga de culto que todavía tiene fanáticos alrededor del mundo, especialmente por lo alocada y controversial de su propuesta. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT de Charles E. Sellier Jr. (1984) De vez en cuando, sale una película de horror que se la arregla para molestar a mucha gente, y la versión original de “Silent Night, Deadly Night” fue una de ellas. El proyecto nació con el objetivo de convertirse en otro producto de horror barato más, sin embargo, el trabajo del director Charles E. Sellier Jr, fue condenado de inmediato por padres y organizaciones familiares, que veían con malos ojos la figura de un Viejo Pascuero maníaco y asesino. Durante su estreno se organizaban protestas para que la cinta fuese retirada de los cines, e -incluso- los críticos Siskel y Ebert denunciaron su contenido sórdido, violento y repleto de desnudos frontales femeninos. No obstante, como suele pasar con estas películas taboo, se las arregló para encontrar una segunda vida en el formato casero (VHS), para que los fanáticos del terror B tuvieran la oportunidad de ver un filme que, aunque es bastante descarado, no es para tanto, está repleta de fallos, malas actuaciones y otras “virtudes” del cine de bajo presupuesto. La historia nos presenta al pequeño Billy Caldwell, quien con tan solo cinco años, durante un viaje en carretera, presencia junto a su hermano bebé como un psicópata disfrazado de Santa Claus asesina brutalmente a sus padres. Años después, ya con 18 años, y trastornado por todo lo que ha pasado durante su infancia, inicia una serie de macabros crímenes disfrazado como Papá Noel, listo para castigar a todos quienes se porten mal. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT 2 de Lee Harry (1987) Tres años después de la controversia llegaría la segunda parte, que sigue la historia pero vista desde los ojos de Ricky Caldwell, el hermano menor del asesino de la película original, quien ya con 18 años está internado en un hospital psiquiátrico a la espera de un juicio por una serie de asesinatos que también cometió. En una entrevista con el Dr. Bloom, a través de flashbacks, Ricky recapitula los crímenes de su hermano y los suyos, lo que terminará en otra ola de muertes. Es posible que “Silent Night, Deadly Night 2” sea -incluso- mucho más conocida que su predecesora, sólo que no por las razones correctas, porque se trata de una de las secuelas peor evaluadas de la historia y considerada “tan mala que es buena”. A pesar de su interesante propuesta, la cinta abusa de los flashbacks, nos muestra casi 40 minutos de la primera película y las actuaciones varían de abismales a ridículamente entretenidas, especialmente la del protagonista Eric Freeman, quien con su sobreactuación y levantamiento perpetuo de cejas, nos entrega una hilarante interpretación de culto. ¿Las razones del fracaso? Al director Lee Harry le pasaron sólo 100 mil dólares para grabar nuevas escenas y dada las limitaciones, no tuvo tiempo de aconsejar al actor principal sobre cómo interpretar al asesino. En cambio, el coguionista Joseph Earle quien también estaba en el set, le decía a Freeman que fuera cada vez más allá con su actuación. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT 3: BETTER WATCH OUT! de Monte Hellman (1989) Lanzada directamente en VHS, esta tercera entrega tiene la particularidad de estar dirigida por el veterano Monte Hellman (The Shooting, Two Lane Blacktop) y tener de villano al actor de culto Bill Moseley (La Masacre de Texas 2). Y curiosamente, a pesar de no ser tan conocida, está bastante mejor filmada y actuada que su predecesora, aunque la historia -por momentos- es bastante rara y delirante, no hay Santas asesinos y la navidad no tiene mayor relevancia en la historia. Esta sería la última que seguiría el argumento de las dos anteriores al recuperar al asesino Ricky, quien tras haber sido cosido a tiros al final de la 2, ha sido salvado de la muerte gracias a una intervención que le ha puesto en coma. Queriendo contactar con el asesino, el excéntrico Dr. Newbury comienza a utilizar a una muchacha ciega clarividente llamada Laura Anderson (Samantha Scully) para contactarlo. Sin embargo, estos experimentos harán que el cerebro de Ricky reaccione y despierte de su letargo, conectado mentalmente con la muchacha. Tras escapar del hospital, Ricky irá sumando víctimas. Lejos del estilo “chistoso” de la anterior, “Silent Night, Deadly Night 3” es una película B bastante decente, con algunas muertes bien logradas, pero eso sí con varias incoherencias argumentales. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT 4: INITIATION de Brian Yuzna (1990) Dirigida por el cineasta de culto Brian Yuzna (Society), para muchos la cuarta parte de la saga es la peor de todas, principalmente por alejarse completamente de la trama principal y no tener relación absoluta con la Navidad, y las escasas escenas que la vinculan con la celebración se sienten muy forzadas para hacer de este capítulo parte de la serie. No obstante no todo es malo, porque la cuarta parte es también un regreso a cierto mínimo de calidad. La historia abandona el “slasher” y construye un relato urbano de brujería y satanismo. Nos presenta a una reportera que investiga la muerte de una mujer que prendió fuego a un edificio y saltó al vacío. Esta investigación la lleva a descubrir la existencia de una extraña secta, con la que se verá involucrada. La película, además, tiene un montón de escenas grotescas que serán sello del director en trabajos posteriores. SILENT NIGHT, DEADLY NIGHT 5: THE TOY MAKER de Martin Kitrosser (1991) Durante el estreno de la “Silent Night, Deadly Night” original, el actor Mickey Rooney condenó públicamente la película en una carta escrita a los productores. Pero irónicamente, años después, el histrión sería el villano de la quinta entrega, probablemente la más delirante de todas. “The Toy Maker” llegó directamente al mercado doméstico, y nuevamente contó con Yuzna detrás de cámaras como productor y co-guionista. Y aunque tampoco tiene que ver con la historia original, sabe encontrar puntos interesantes dentro de su locura argumental, con sus limitados recursos y su evidente ambientación californiana. La historia mezcla el terror y la ciencia ficción, narra sobre misteriosos juguetes responsables de la muerte de pobres desgraciados, y cómo un creador de juguetes y su hijo se dedican a crear máquinas de matar. Esta quinta parte probablemente sea la mejor después de la original, por ser una verdadero cuento infantil de navidad grotesco y desquiciado, con escenas que marcaron a muchos niños de la época.
Esta semana llega a los cinesLa Fuente, la nueva película de Daniel Vivanco, un thriller político inspirado libremente en los episodios reales ocurridos durante el Estallido Social, cuando el dueño de la Fuente Alemana se enfrentó a solas -y durante semanas- a grupos que intentaban destruir su local. Vivanco toma ese hecho icónico y lo transforma en una ficción tensa, polémica y sorprendentemente entretenida, que se atreve a mirar un conflicto reciente desde un ángulo casi prohibido. Luis Gnecco interpreta a Luca Barella -rebautizado aquí como Carlos Siri en la vida real- un comerciante que intenta sostener su sanguchería mientras el barrio se derrumba a su alrededor. Gnecco entrega una actuación sólida, con un parecido físico que termina jugando a favor de la verosimilitud, y sostiene gran parte del peso dramático del relato. El elenco secundario está a la altura: Patricio Achurra, Francisco Pérez-Bannen, Paola Giannini y un Roberto Farías que vuelve a su zona de confort interpretando a un antagonista feroz. Pero más allá de la coyuntura política, Vivanco toma un camino claramente cinematográfico: la película adopta una estructura cercana a los grandes relatos de asedio, con ecos directos de Río Bravo de Howard Hawks y Assault on Precinct 13 de John Carpenter. Tal como en esos clásicos, aquí un grupo reducido de personajes queda sitiado dentro de una sola locación -la sanguchería La Fuente- mientras fuerzas externas avanzan de manera imparable. Ese encierro físico y psicológico le da al film un pulso constante, una tensión que no decae y que lo separa del simple docudrama. Vivanco juega con evidente carga política, pero evita que la película se transforme en un editorial interminable. Sí: La Fuente tiene momentos panfletarios y subraya algunas ideas más de la cuenta. Pero aun así, el director logra construir una historia que avanza con ritmo, sin caídas y con un sentido claro del suspenso. Es una mirada hacia esos personajes anónimos -comerciantes, trabajadores de barrio- que quedaron aplastados entre discursos más grandes que ellos. Y esa perspectiva, guste o no, le otorga identidad propia. La película también se toma licencias creativas, especialmente hacia el final, donde el destino del protagonista se aleja completamente de los hechos reales. Es cine, no crónica, y Vivanco no pretende ocultarlo. El problema mayor está en otra parte: algunos efectos especiales, particularmente en las secuencias de ataques y fuego, están muy por debajo del nivel general del filme. Son momentos que le juegan en contra a un proyecto que, pese a su bajo presupuesto, funciona mejor cuando se apoya en el realismo sucio de sus locaciones y la fisicidad de sus actores. Aun así, La Fuente se sostiene como una película valiente, que no teme entrar en terreno minado para contar la historia de un hombre común atrapado en un vendaval social que lo supera. Será discutida, cuestionada y probablemente usada por todos los bandos para apuntalar sus propios argumentos. Pero, por sobre todo, es cine que observa, provoca y propone un punto de vista distinto en tiempos donde abundan los relatos monocromáticos. Y solo por eso, ya vale la pena verla.