En un Seúl vibrante y nocturno, dos almas perdidas se encuentran y construyen algo parecido a un refugio. Él, joven, reservado, brillante pero herido, teme revelar su orientación sexual al mundo. Ella, extrovertida, intensa y algo caótica, vive de fiesta en fiesta mientras busca que alguien la ame sin intentar cambiarla. Ambos forman un dúo disfuncional y entrañable, cuyas vidas se entrelazan en una historia que mezcla el melodrama con una sensibilidad muy contemporánea, cercana al mundo de los K-Dramas pero con una identidad propia. “Amor en la Gran Ciudad”, dirigida con sutileza y estilo por Lee Eon‑hee, adapta la novela semiautobiográfica de Park Sang‑young, autor que se ha transformado en una de las voces más reconocibles del nuevo realismo queer surcoreano. Lejos del tratamiento solemne o marginal que a veces recibe este tipo de historias, la película apuesta por la ligereza, el humor y la complicidad, sin perder profundidad emocional. Las emociones cambian constantemente de registro: lo que en un momento es hilarante puede volverse profundamente doloroso unos minutos después. Es ese ir y venir entre la risa y la lágrima lo que le da a la película una textura emocional única. La historia abarca 13 años de vida compartida, acompañando a los protagonistas desde sus días de escuela, pasando por la universidad, el servicio militar obligatorio y su inserción en el mundo laboral. En ese largo tránsito, vemos cómo cambian, cómo se equivocan y cómo, a pesar de todo, se siguen eligiendo mutuamente. Es una historia de crecimiento, pero también de resistencia afectiva. Noh Sang‑hyun da vida a Heung‑soo con una contención conmovedora: su mirada, sus silencios y su temor interior construyen un personaje entrañable y auténtico. Kim Go‑eun, en su papel de Jae‑hee, despliega una actuación enérgica y compleja: su personaje podría haber sido un estereotipo, pero aquí se transforma en un alma con heridas, deseos y fortaleza, que tiene tanto peso narrativo como su contraparte masculina . La película reconoce que ambas historias son igualmente importantes. Heung‑soo representa la lucha por vivir libremente, mientras que Jae‑hee encarna la búsqueda de amor sin cambiar quién se es. Su amistad se vuelve un acto de salvación, un sostén frente a las adversidades de la vida moderna en una gran ciudad. Uno de los grandes aciertos de la cinta es su constante diálogo con el cine. Referencias a “Call Me by Your Name”, “Happy Together” o “The Elephant Man” aparecen de forma orgánica, como parte del universo emocional de los protagonistas. En una escena, incluso vemos al joven con una polera del film de David Lynch, un gesto pequeño pero significativo: la herida de sentirse distinto, deformado a los ojos del mundo, también es parte de su historia. Si bien su premisa puede parecer liviana o incluso algo “cringe” a primera vista, la fuerza de esta película no está en los grandes giros argumentales, sino en los momentos íntimos, en las conversaciones absurdas a las cuatro de la mañana, en las fiestas que terminan en lágrimas, en la soledad compartida. Es una película sobre el amor, sí, pero también sobre la amistad como salvavidas, sobre lo difícil que es construir identidad cuando el entorno no te lo permite, y sobre la belleza de encontrar a alguien que te vea de verdad. Moderna, divertida y profundamente emocional. Ideal para quienes aman los K-Dramas, pero también para quienes buscan una historia luminosa sobre crecer, querer y resistir. Ya disponible en salas chilenas.
En la era de los live action, donde la nostalgia suele convertirse en producto de consumo rápido, “Cómo entrenar a tu dragón” llega como una rara excepción: una película que entiende el valor del material original y que lo adapta con inteligencia y respeto. Para alguien que -como yo- no había visto las versiones animadas, la sorpresa fue mayúscula. Aquí no hay cinismo, ni relecturas forzadas para agradar a los nuevos tiempos: hay aventura, emoción genuina y un relato que encuentra su corazón en los vínculos más humanos. Dirigida por Dean DeBlois, quien también estuvo detrás de la trilogía animada, esta nueva versión encuentra en Mason Thames (el joven protagonista de “The Black Phone”) a un Hipo entrañable, vulnerable y carismático, que carga sobre sus hombros la transformación de un joven inadaptado en héroe. Su relación con Chimuelo, el dragón que cambia su destino, se siente aún más real y cercana en carne y hueso, gracias al cuidadoso trabajo de efectos visuales y al compromiso actoral. Chimuelo conserva su diseño original, una decisión sumamente inteligente, y su expresividad sigue siendo uno de los mayores encantos del film. Gerard Butler, retomando el rol de Estoico el Vasto, entrega una de sus mejores interpretaciones recientes: imponente, emocionalmente complejo y con un peso escénico que hacía tiempo no veíamos en el actor. Su reencuentro con el cine épico le sienta de maravillas. Nick Frost, en tanto, aporta el necesario alivio cómico sin caer en caricaturas, encarnando a Bocón con una calidez y simpatía que equilibran perfectamente la historia. Completan el reparto Nico Parker como Astrid, aportando fuerza, sensibilidad y presencia escénica; Julian Dennison como Patapez, con su carisma habitual y un buen timing cómico; Gabriel Howell como Brusco, en un rol temperamental, pero entrañable; y Bronwyn James junto a Harry Trevaldwyn, quienes aportan textura y diversidad al universo de personajes secundarios, aportando tanto comicidad como humanidad al relato. El diseño de los dragones es, sencillamente, extraordinario: cada criatura tiene una identidad visual propia, con texturas, comportamientos y movimientos que rozan lo real sin perder lo fantástico. Pero más allá del despliegue técnico, lo que más destaca es el lore detrás de estas criaturas: un universo vasto, bien pensado y lleno de detalles que dan cuenta de una mitología rica, con espacio para crecer y explorar en futuras entregas o spin-offs. La puesta en escena es otro de los puntos altos: paisajes naturales que remiten al cine clásico de aventuras, barcos vikingos surcando mares embravecidos, y batallas llenas de energía que evocan producciones como “Los vikingos” (1958) de Richard Fleischer. La dirección de fotografía, a cargo de John Mathieson (Gladiator, Logan), le da al film un acabado visual de primer nivel, con especial atención a los contrastes entre la crudeza del mundo humano y la belleza fantástica del mundo de los dragones. En su núcleo, la película sigue siendo una historia sobre la necesidad de pertenecer, sobre las heridas entre padres e hijos, y sobre cómo, incluso los más distintos, pueden encontrar su lugar y propósito. Es un coming-of-age con garras y fuego, pero también con ternura y humanidad. En tiempos donde muchas adaptaciones parecen hechas por algoritmos, “Cómo entrenar a tu dragón” brilla por su sensibilidad y coherencia. DreamWorks no solo ha respetado la historia que los fans adoran, sino que ha logrado, en clave épica y familiar, una película que se sostiene por sí sola, incluso para quienes llegan a este mundo por primera vez. Una adaptación notable, una apuesta ganadora, y uno de los mejores live action que nos ha dado el cine reciente. Ya está en cines chilenos.
El acto de escribir una carta, para muchas personas, pertenece ya al terreno de la nostalgia. Pero para mujeres privadas de libertad, esa práctica sobrevive como una forma vital de comunicación, expresión y resistencia. Bajo esa premisa nace Proyecto Cartas Valparaíso, una iniciativa impulsada por el Centro Cultural Letras Públicas que busca tender puentes entre mujeres encarceladas y personas del mundo exterior. A través de la escritura epistolar, el proyecto promueve el diálogo y la empatía, rompiendo los estigmas que rodean a la vida tras las rejas. La idea no es nueva, pero cobra fuerza y sentido bajo la mirada de su directora, Paulina Vergara, guionista, educadora y magíster en Edición, quien lleva más de una década explorando la potencia transformadora de las cartas en contextos de encierro. “Una de sus características más importantes es que la carta se construye sobre la ausencia. La cárcel está llena de ausencias: de hijos, de madres, de amistades, de amores. Y aunque se suele decir que hay celulares en la cárcel, la carta es otra cosa. Acompaña. Permanece”, comenta Paulina. En el Centro Penitenciario Femenino de Santiago, Vergara comenzó a desarrollar una didáctica de lectura y escritura pensada especialmente para contextos penitenciarios. Allí impulsó iniciativas como el Proyecto Cartas durante la pandemia, que facilitó intercambios de misivas entre mujeres reclusas y personas del mundo civil. De esa experiencia surgió el libro Querida tú: correspondencia de mujeres prisioneras, adquirido por el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas. Más adelante vendrían nuevas etapas: talleres entre adultos mayores privados de libertad y mujeres reclusas, nuevas versiones del proyecto en distintas cárceles, y ahora su expansión en Valparaíso. Cada fase reafirma la idea central de Vergara: la carta como una forma de contacto humano profundo, y también como un acto político y literario. “El camino ha sido largo —explica—, pero hemos logrado establecer un puente entre quienes están dentro y quienes están fuera. Buscamos que las cartas no solo vayan a personas queridas, sino también a desconocidos, para abrir puertas hacia otros mundos posibles”. El proyecto sigue creciendo, recientemente tuvieron actividades en la Furia del Libro, donde se entregó asesoría en la escritura de misivas. Los participantes pudieron crear sus cartas con diferentes tipos de papeles, colores, sellos e -incluso- perfumes. También se realizó un conversatorio sobre la importancia de la escritura. “Depende mucho de a quién van dirigidas. Si son para los hijos, hay mucho amor, sueños de futuro, dibujos. Aunque estén en la cárcel, las mujeres siguen ejerciendo la maternidad. Si la carta es para un desconocido, la escritura tiene más libertad: se escribe sin expectativas ajenas. La otra persona solo espera tus palabras, tus historias,” señala Paulina. En Palco conversó con Paulina Vergara para saber más sobre este interesante proyecto. Revisa la entrevista a continuación.
Si eres fanático del cine de gangsters, como yo, seguro te entusiasma cada vez que aparece una nueva propuesta dentro del género. YThe Alto Knights: Mafia y Poder, dirigida por Barry Levinson y escrita por Nicholas Pileggi, tiene todos los ingredientes para levantar expectativas: una historia real, un reparto encabezado por Robert De Niro en dos papeles, y el regreso de dos leyendas que ya definieron el género junto a Scorsese en Casino y Goodfellas. La película se centra en la rivalidad entre Frank Costello y Vito Genovese, dos titanes de la mafia italoamericana que se disputaron el poder en los años 50. Uno buscaba mantenerse en las sombras, el otro no temía usar la violencia para escalar. La cinta aborda temas clásicos del género: la lealtad, la traición, la estructura del poder criminal y, como en El Padrino, el conflicto ético de introducir las drogas en el negocio. Pero a pesar de lo fascinante de su premisa, hay aspectos que hacen que esta película no llegue a estar a la altura de las grandes obras del género. El ritmo es lento, con mucho diálogo y poca acción, lo que puede desconcertar a quienes esperan una narrativa más tensa y explosiva. Levinson opta por un enfoque casi de biopic, con Frank Costello como narrador anciano contando su historia en retrospectiva, lo que le quita misterio y reduce el suspenso sobre su destino. Robert De Niro enfrenta el enorme desafío de interpretar a ambos protagonistas una decisión arriesgada que nos remite a otras cintas donde un solo actor encarna a dos figuras opuestas, comoDead Ringers (1988) de David Cronenberg, con Jeremy Irons como los gemelos Mantle, oThe Whole Town's Talking (1935) de John Ford, donde el gran Edward G. Robinson interpretaba a un ciudadano común y a un mafioso idéntico. En The Alto Knights, De Niro brilla como Frank Costello, aportando sutileza y contención. Pero como Genovese, su interpretación no convence del todo: falta presencia, fiereza e intensidad. Tal vez el reparto habría ganado fuerza si un actor como Joe Pesci o Harvey Keitel hubiera tomado uno de los dos roles. En general, el trabajo de De Niro está lejos de sus interpretaciones más icónicas del género, como Jimmy Conway en Goodfellas o Ace Rothstein en Casino, pero aún así entrega una interpretación decente, sostenida por su oficio y presencia en pantalla, algo similar a lo ocurrido con The Irishman. Un detalle positivo es que la cinta destaca al reconstruir uno de los eventos más icónicos y polémicos del crimen organizado: la Reunión de Apalachin de 1957, donde el FBI desbarató un encuentro de jefes mafiosos, exponiendo públicamente la existencia de la Cosa Nostra. Sin duda, es una de las secuencias más emocionantes de todo el conjunto. Un detalle que no puede pasarse por alto es que Barry Levinson no es ajeno al género. Aunque muchos lo recuerdan porRain Man, también es el responsable deBugsy (1991) ySleepers (1996), dos clásicos menores pero notables del cine criminal. En ese sentido, The Alto Knights parecía una oportunidad perfecta para reunir a viejos maestros con material a la altura… pero el resultado queda a medio camino. A nivel técnico, la dirección de arte y el diseño de producción están muy bien logrados, transportándonos a la época con precisión. La fotografía de Dante Spinotti ( Heat, L.A. Confidential) aporta sobriedad y elegancia, aunque no se luce tanto como en sus trabajos más memorables. La música, a cargo de Evgueni y Sacha Galperine ( Loveless, Happening), acompaña de forma discreta pero efectiva. En resumen, The Alto Knights: Mafia y Poder es una película interesante, atractiva para los amantes del género y muy bien documentada, gracias al guion de Nicholas Pileggi (Wiseguy, Casino). Pero también es una oportunidad parcialmente desperdiciada. Tenía todos los nombres para ser una obra mayor, no obstante se queda en una correcta evocación. Una lástima también que Warner Bros no haya estrenado esta película en salas chilenas —al igual que Jurado N°2 de Clint Eastwood. Levinson es un autor consagrado, y merecía una mejor vitrina. ¿La recomiendo? Sí, pero con reservas. Es un regalo para los fanáticos del género, aunque se quede varios escalones por debajo de los clásicos. Ya está disponible para ver en la plataforma Max.
“Una Luz Negra”, debut en largometraje de ficción del chileno Alberto Hayden (“Camila Moreno: Pangea”), es una obra que desafía las convenciones del thriller tradicional. La película nos presenta a Jorge, un hombre que descubre tener el mismo nombre y una sorprendente semejanza física con el hijo fallecido de Josefina. Este encuentro despierta en ambos una serie de emociones y recuerdos que los sumergen en una introspección profunda. Dedicada a su padre, la cinta de Hayden se caracteriza por su ritmo deliberadamente pausado y una narrativa que se apoya en lo no dicho. La dirección de fotografía, a cargo de Matías Baeza, utiliza planos cerrados y encuadres poco convencionales para crear una atmósfera de inquietud constante. Estos elementos visuales, junto con una banda sonora sutil, construyen un ambiente sencillo y de pocos recursos que recuerda al cine de Michael Haneke y a la película israelí “La maestra del jardín”, donde el silencio y la contemplación son protagonistas. Las actuaciones son otro punto fuerte. Patricia Rivadeneira ofrece una interpretación intensa y contenida, donde cada mirada y gesto comunica más que las palabras. Francisco Pérez-Bannen también entrega una actuación sólida, complementando la dinámica entre los personajes principales. Sin embargo, la película puede resultar desafiante para algunos espectadores. Su estructura minimalista y la ausencia de eventos dramáticos evidentes en la última parte pueden generar una sensación de estancamiento. Aunque esta elección estilística busca profundizar en la psicología de los personajes, puede no ser suficiente para mantener el interés de todos. A pesar de estas consideraciones, es innegable que “Una Luz Negra” muestra el talento y la visión de Alberto Hayden. La película ha sido reconocida en festivales como BAFICI y SANFIC, donde recibió menciones especiales por su dirección y propuesta artística . Es una obra que, aunque no es para todos los gustos, aporta una voz distintiva al cine chileno contemporáneo. Ya está en salas nacionales.
En un Seúl vibrante y nocturno, dos almas perdidas se encuentran y construyen algo parecido a un refugio. Él, joven, reservado, brillante pero herido, teme revelar su orientación sexual al mundo. Ella, extrovertida, intensa y algo caótica, vive de fiesta en fiesta mientras busca que alguien la ame sin intentar cambiarla. Ambos forman un dúo disfuncional y entrañable, cuyas vidas se entrelazan en una historia que mezcla el melodrama con una sensibilidad muy contemporánea, cercana al mundo de los K-Dramas pero con una identidad propia. “Amor en la Gran Ciudad”, dirigida con sutileza y estilo por Lee Eon‑hee, adapta la novela semiautobiográfica de Park Sang‑young, autor que se ha transformado en una de las voces más reconocibles del nuevo realismo queer surcoreano. Lejos del tratamiento solemne o marginal que a veces recibe este tipo de historias, la película apuesta por la ligereza, el humor y la complicidad, sin perder profundidad emocional. Las emociones cambian constantemente de registro: lo que en un momento es hilarante puede volverse profundamente doloroso unos minutos después. Es ese ir y venir entre la risa y la lágrima lo que le da a la película una textura emocional única. La historia abarca 13 años de vida compartida, acompañando a los protagonistas desde sus días de escuela, pasando por la universidad, el servicio militar obligatorio y su inserción en el mundo laboral. En ese largo tránsito, vemos cómo cambian, cómo se equivocan y cómo, a pesar de todo, se siguen eligiendo mutuamente. Es una historia de crecimiento, pero también de resistencia afectiva. Noh Sang‑hyun da vida a Heung‑soo con una contención conmovedora: su mirada, sus silencios y su temor interior construyen un personaje entrañable y auténtico. Kim Go‑eun, en su papel de Jae‑hee, despliega una actuación enérgica y compleja: su personaje podría haber sido un estereotipo, pero aquí se transforma en un alma con heridas, deseos y fortaleza, que tiene tanto peso narrativo como su contraparte masculina . La película reconoce que ambas historias son igualmente importantes. Heung‑soo representa la lucha por vivir libremente, mientras que Jae‑hee encarna la búsqueda de amor sin cambiar quién se es. Su amistad se vuelve un acto de salvación, un sostén frente a las adversidades de la vida moderna en una gran ciudad. Uno de los grandes aciertos de la cinta es su constante diálogo con el cine. Referencias a “Call Me by Your Name”, “Happy Together” o “The Elephant Man” aparecen de forma orgánica, como parte del universo emocional de los protagonistas. En una escena, incluso vemos al joven con una polera del film de David Lynch, un gesto pequeño pero significativo: la herida de sentirse distinto, deformado a los ojos del mundo, también es parte de su historia. Si bien su premisa puede parecer liviana o incluso algo “cringe” a primera vista, la fuerza de esta película no está en los grandes giros argumentales, sino en los momentos íntimos, en las conversaciones absurdas a las cuatro de la mañana, en las fiestas que terminan en lágrimas, en la soledad compartida. Es una película sobre el amor, sí, pero también sobre la amistad como salvavidas, sobre lo difícil que es construir identidad cuando el entorno no te lo permite, y sobre la belleza de encontrar a alguien que te vea de verdad. Moderna, divertida y profundamente emocional. Ideal para quienes aman los K-Dramas, pero también para quienes buscan una historia luminosa sobre crecer, querer y resistir. Ya disponible en salas chilenas.
En la era de los live action, donde la nostalgia suele convertirse en producto de consumo rápido, “Cómo entrenar a tu dragón” llega como una rara excepción: una película que entiende el valor del material original y que lo adapta con inteligencia y respeto. Para alguien que -como yo- no había visto las versiones animadas, la sorpresa fue mayúscula. Aquí no hay cinismo, ni relecturas forzadas para agradar a los nuevos tiempos: hay aventura, emoción genuina y un relato que encuentra su corazón en los vínculos más humanos. Dirigida por Dean DeBlois, quien también estuvo detrás de la trilogía animada, esta nueva versión encuentra en Mason Thames (el joven protagonista de “The Black Phone”) a un Hipo entrañable, vulnerable y carismático, que carga sobre sus hombros la transformación de un joven inadaptado en héroe. Su relación con Chimuelo, el dragón que cambia su destino, se siente aún más real y cercana en carne y hueso, gracias al cuidadoso trabajo de efectos visuales y al compromiso actoral. Chimuelo conserva su diseño original, una decisión sumamente inteligente, y su expresividad sigue siendo uno de los mayores encantos del film. Gerard Butler, retomando el rol de Estoico el Vasto, entrega una de sus mejores interpretaciones recientes: imponente, emocionalmente complejo y con un peso escénico que hacía tiempo no veíamos en el actor. Su reencuentro con el cine épico le sienta de maravillas. Nick Frost, en tanto, aporta el necesario alivio cómico sin caer en caricaturas, encarnando a Bocón con una calidez y simpatía que equilibran perfectamente la historia. Completan el reparto Nico Parker como Astrid, aportando fuerza, sensibilidad y presencia escénica; Julian Dennison como Patapez, con su carisma habitual y un buen timing cómico; Gabriel Howell como Brusco, en un rol temperamental, pero entrañable; y Bronwyn James junto a Harry Trevaldwyn, quienes aportan textura y diversidad al universo de personajes secundarios, aportando tanto comicidad como humanidad al relato. El diseño de los dragones es, sencillamente, extraordinario: cada criatura tiene una identidad visual propia, con texturas, comportamientos y movimientos que rozan lo real sin perder lo fantástico. Pero más allá del despliegue técnico, lo que más destaca es el lore detrás de estas criaturas: un universo vasto, bien pensado y lleno de detalles que dan cuenta de una mitología rica, con espacio para crecer y explorar en futuras entregas o spin-offs. La puesta en escena es otro de los puntos altos: paisajes naturales que remiten al cine clásico de aventuras, barcos vikingos surcando mares embravecidos, y batallas llenas de energía que evocan producciones como “Los vikingos” (1958) de Richard Fleischer. La dirección de fotografía, a cargo de John Mathieson (Gladiator, Logan), le da al film un acabado visual de primer nivel, con especial atención a los contrastes entre la crudeza del mundo humano y la belleza fantástica del mundo de los dragones. En su núcleo, la película sigue siendo una historia sobre la necesidad de pertenecer, sobre las heridas entre padres e hijos, y sobre cómo, incluso los más distintos, pueden encontrar su lugar y propósito. Es un coming-of-age con garras y fuego, pero también con ternura y humanidad. En tiempos donde muchas adaptaciones parecen hechas por algoritmos, “Cómo entrenar a tu dragón” brilla por su sensibilidad y coherencia. DreamWorks no solo ha respetado la historia que los fans adoran, sino que ha logrado, en clave épica y familiar, una película que se sostiene por sí sola, incluso para quienes llegan a este mundo por primera vez. Una adaptación notable, una apuesta ganadora, y uno de los mejores live action que nos ha dado el cine reciente. Ya está en cines chilenos.
El acto de escribir una carta, para muchas personas, pertenece ya al terreno de la nostalgia. Pero para mujeres privadas de libertad, esa práctica sobrevive como una forma vital de comunicación, expresión y resistencia. Bajo esa premisa nace Proyecto Cartas Valparaíso, una iniciativa impulsada por el Centro Cultural Letras Públicas que busca tender puentes entre mujeres encarceladas y personas del mundo exterior. A través de la escritura epistolar, el proyecto promueve el diálogo y la empatía, rompiendo los estigmas que rodean a la vida tras las rejas. La idea no es nueva, pero cobra fuerza y sentido bajo la mirada de su directora, Paulina Vergara, guionista, educadora y magíster en Edición, quien lleva más de una década explorando la potencia transformadora de las cartas en contextos de encierro. “Una de sus características más importantes es que la carta se construye sobre la ausencia. La cárcel está llena de ausencias: de hijos, de madres, de amistades, de amores. Y aunque se suele decir que hay celulares en la cárcel, la carta es otra cosa. Acompaña. Permanece”, comenta Paulina. En el Centro Penitenciario Femenino de Santiago, Vergara comenzó a desarrollar una didáctica de lectura y escritura pensada especialmente para contextos penitenciarios. Allí impulsó iniciativas como el Proyecto Cartas durante la pandemia, que facilitó intercambios de misivas entre mujeres reclusas y personas del mundo civil. De esa experiencia surgió el libro Querida tú: correspondencia de mujeres prisioneras, adquirido por el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas. Más adelante vendrían nuevas etapas: talleres entre adultos mayores privados de libertad y mujeres reclusas, nuevas versiones del proyecto en distintas cárceles, y ahora su expansión en Valparaíso. Cada fase reafirma la idea central de Vergara: la carta como una forma de contacto humano profundo, y también como un acto político y literario. “El camino ha sido largo —explica—, pero hemos logrado establecer un puente entre quienes están dentro y quienes están fuera. Buscamos que las cartas no solo vayan a personas queridas, sino también a desconocidos, para abrir puertas hacia otros mundos posibles”. El proyecto sigue creciendo, recientemente tuvieron actividades en la Furia del Libro, donde se entregó asesoría en la escritura de misivas. Los participantes pudieron crear sus cartas con diferentes tipos de papeles, colores, sellos e -incluso- perfumes. También se realizó un conversatorio sobre la importancia de la escritura. “Depende mucho de a quién van dirigidas. Si son para los hijos, hay mucho amor, sueños de futuro, dibujos. Aunque estén en la cárcel, las mujeres siguen ejerciendo la maternidad. Si la carta es para un desconocido, la escritura tiene más libertad: se escribe sin expectativas ajenas. La otra persona solo espera tus palabras, tus historias,” señala Paulina. En Palco conversó con Paulina Vergara para saber más sobre este interesante proyecto. Revisa la entrevista a continuación.
Si eres fanático del cine de gangsters, como yo, seguro te entusiasma cada vez que aparece una nueva propuesta dentro del género. YThe Alto Knights: Mafia y Poder, dirigida por Barry Levinson y escrita por Nicholas Pileggi, tiene todos los ingredientes para levantar expectativas: una historia real, un reparto encabezado por Robert De Niro en dos papeles, y el regreso de dos leyendas que ya definieron el género junto a Scorsese en Casino y Goodfellas. La película se centra en la rivalidad entre Frank Costello y Vito Genovese, dos titanes de la mafia italoamericana que se disputaron el poder en los años 50. Uno buscaba mantenerse en las sombras, el otro no temía usar la violencia para escalar. La cinta aborda temas clásicos del género: la lealtad, la traición, la estructura del poder criminal y, como en El Padrino, el conflicto ético de introducir las drogas en el negocio. Pero a pesar de lo fascinante de su premisa, hay aspectos que hacen que esta película no llegue a estar a la altura de las grandes obras del género. El ritmo es lento, con mucho diálogo y poca acción, lo que puede desconcertar a quienes esperan una narrativa más tensa y explosiva. Levinson opta por un enfoque casi de biopic, con Frank Costello como narrador anciano contando su historia en retrospectiva, lo que le quita misterio y reduce el suspenso sobre su destino. Robert De Niro enfrenta el enorme desafío de interpretar a ambos protagonistas una decisión arriesgada que nos remite a otras cintas donde un solo actor encarna a dos figuras opuestas, comoDead Ringers (1988) de David Cronenberg, con Jeremy Irons como los gemelos Mantle, oThe Whole Town's Talking (1935) de John Ford, donde el gran Edward G. Robinson interpretaba a un ciudadano común y a un mafioso idéntico. En The Alto Knights, De Niro brilla como Frank Costello, aportando sutileza y contención. Pero como Genovese, su interpretación no convence del todo: falta presencia, fiereza e intensidad. Tal vez el reparto habría ganado fuerza si un actor como Joe Pesci o Harvey Keitel hubiera tomado uno de los dos roles. En general, el trabajo de De Niro está lejos de sus interpretaciones más icónicas del género, como Jimmy Conway en Goodfellas o Ace Rothstein en Casino, pero aún así entrega una interpretación decente, sostenida por su oficio y presencia en pantalla, algo similar a lo ocurrido con The Irishman. Un detalle positivo es que la cinta destaca al reconstruir uno de los eventos más icónicos y polémicos del crimen organizado: la Reunión de Apalachin de 1957, donde el FBI desbarató un encuentro de jefes mafiosos, exponiendo públicamente la existencia de la Cosa Nostra. Sin duda, es una de las secuencias más emocionantes de todo el conjunto. Un detalle que no puede pasarse por alto es que Barry Levinson no es ajeno al género. Aunque muchos lo recuerdan porRain Man, también es el responsable deBugsy (1991) ySleepers (1996), dos clásicos menores pero notables del cine criminal. En ese sentido, The Alto Knights parecía una oportunidad perfecta para reunir a viejos maestros con material a la altura… pero el resultado queda a medio camino. A nivel técnico, la dirección de arte y el diseño de producción están muy bien logrados, transportándonos a la época con precisión. La fotografía de Dante Spinotti ( Heat, L.A. Confidential) aporta sobriedad y elegancia, aunque no se luce tanto como en sus trabajos más memorables. La música, a cargo de Evgueni y Sacha Galperine ( Loveless, Happening), acompaña de forma discreta pero efectiva. En resumen, The Alto Knights: Mafia y Poder es una película interesante, atractiva para los amantes del género y muy bien documentada, gracias al guion de Nicholas Pileggi (Wiseguy, Casino). Pero también es una oportunidad parcialmente desperdiciada. Tenía todos los nombres para ser una obra mayor, no obstante se queda en una correcta evocación. Una lástima también que Warner Bros no haya estrenado esta película en salas chilenas —al igual que Jurado N°2 de Clint Eastwood. Levinson es un autor consagrado, y merecía una mejor vitrina. ¿La recomiendo? Sí, pero con reservas. Es un regalo para los fanáticos del género, aunque se quede varios escalones por debajo de los clásicos. Ya está disponible para ver en la plataforma Max.
“Una Luz Negra”, debut en largometraje de ficción del chileno Alberto Hayden (“Camila Moreno: Pangea”), es una obra que desafía las convenciones del thriller tradicional. La película nos presenta a Jorge, un hombre que descubre tener el mismo nombre y una sorprendente semejanza física con el hijo fallecido de Josefina. Este encuentro despierta en ambos una serie de emociones y recuerdos que los sumergen en una introspección profunda. Dedicada a su padre, la cinta de Hayden se caracteriza por su ritmo deliberadamente pausado y una narrativa que se apoya en lo no dicho. La dirección de fotografía, a cargo de Matías Baeza, utiliza planos cerrados y encuadres poco convencionales para crear una atmósfera de inquietud constante. Estos elementos visuales, junto con una banda sonora sutil, construyen un ambiente sencillo y de pocos recursos que recuerda al cine de Michael Haneke y a la película israelí “La maestra del jardín”, donde el silencio y la contemplación son protagonistas. Las actuaciones son otro punto fuerte. Patricia Rivadeneira ofrece una interpretación intensa y contenida, donde cada mirada y gesto comunica más que las palabras. Francisco Pérez-Bannen también entrega una actuación sólida, complementando la dinámica entre los personajes principales. Sin embargo, la película puede resultar desafiante para algunos espectadores. Su estructura minimalista y la ausencia de eventos dramáticos evidentes en la última parte pueden generar una sensación de estancamiento. Aunque esta elección estilística busca profundizar en la psicología de los personajes, puede no ser suficiente para mantener el interés de todos. A pesar de estas consideraciones, es innegable que “Una Luz Negra” muestra el talento y la visión de Alberto Hayden. La película ha sido reconocida en festivales como BAFICI y SANFIC, donde recibió menciones especiales por su dirección y propuesta artística . Es una obra que, aunque no es para todos los gustos, aporta una voz distintiva al cine chileno contemporáneo. Ya está en salas nacionales.