"Dollhouse: Muñeca Maldita": El horror del duelo
Una inquietante cinta japonesa que mezcla el J-Horror con el espíritu de Annabelle y Chucky.
El cine japonés vuelve a explorar el terror desde lo emocional con "Dollhouse: Muñeca Maldita", dirigida por Shinobu Yaguchi y protagonizada por Masami Nagasawa y Koji Seto.
La película parte de una tragedia doméstica: una pareja pierde a su hija en un accidente, y la madre, devastada, compra en una feria una muñeca antigua que guarda un inquietante parecido con la niña. La adopta como consuelo, la viste y la cuida como si fuera real, hasta que la vida sigue y la pareja decide tener otra hija. Cuando la nueva niña encuentra la muñeca, lo que comenzó como un refugio para el duelo se transforma en una pesadilla: la muñeca parece moverse sola, reaparece en lugares imposibles y su presencia va volviendo cada vez más violenta la vida familiar.

"Dollhouse" mezcla con eficacia los referentes de las muñecas poseídas -hay guiños innegables a Annabelle y a Child’s Play- con la atmósfera del J-horror, donde el dolor y la culpa alimentan lo sobrenatural. Hay momentos de puro entretenimiento -incluso una secuencia que recuerda a un episodio clásico de Chucky 3 dentro de un camión de basura- y giros que sorprenden, porque la película decide revelar su misterio poco a poco, como una investigación que se vuelve casi policial: los padres conocen a personajes del mundo oculto, hurgan en leyendas y descubren capas de maldad que no esperaban.
Masami Nagasawa sostiene el film con solvencia: su interpretación transmite el costado humano del duelo -fragilidad, negación, necesidad de reemplazo- y hace creíble que una muñeca pueda convertirse en el epicentro del terror doméstico. Koji Seto acompaña desde un lugar más contenido, como el contrapeso racional que intenta salvar lo que queda de la familia. Visualmente la película apuesta por una puesta sobria: la muñeca, de loza y apariencia casi normal, es usada como un objeto inquietante que no necesita grandes trucos para perturbar; la fotografía y las locaciones refuerzan la sensación de vacío y aislamiento.

Donde falla un poco es en la parte final: el acto conclusivo se estira más de la cuenta y la explicación del origen y la maldición queda, en algunos pasajes, confusa —ese exceso de claridad narrativa termina por restar algo de la potencia del misterio. Aun así, Dollhouse no busca ser el pináculo del pavor como Ringu, sino una mezcla efectiva de suspense y emoción que entrega buenos sobresaltos y varios momentos realmente inquietantes.
En definitiva, es una buena muestra del J-horror contemporáneo: no te hará saltar de la butaca hasta descomponerte, pero sí te dejará con la piel de gallina y una sensación persistente de inquietud —esa sensación de que algunos objetos no solo guardan recuerdos, sino que pueden convertirlos en armas.
Ya en cines chilenos.
































