En un Seúl vibrante y nocturno, dos almas perdidas se encuentran y construyen algo parecido a un refugio. Él, joven, reservado, brillante pero herido, teme revelar su orientación sexual al mundo. Ella, extrovertida, intensa y algo caótica, vive de fiesta en fiesta mientras busca que alguien la ame sin intentar cambiarla. Ambos forman un dúo disfuncional y entrañable, cuyas vidas se entrelazan en una historia que mezcla el melodrama con una sensibilidad muy contemporánea, cercana al mundo de los K-Dramas pero con una identidad propia. “Amor en la Gran Ciudad”, dirigida con sutileza y estilo por Lee Eon‑hee, adapta la novela semiautobiográfica de Park Sang‑young, autor que se ha transformado en una de las voces más reconocibles del nuevo realismo queer surcoreano. Lejos del tratamiento solemne o marginal que a veces recibe este tipo de historias, la película apuesta por la ligereza, el humor y la complicidad, sin perder profundidad emocional. Las emociones cambian constantemente de registro: lo que en un momento es hilarante puede volverse profundamente doloroso unos minutos después. Es ese ir y venir entre la risa y la lágrima lo que le da a la película una textura emocional única. La historia abarca 13 años de vida compartida, acompañando a los protagonistas desde sus días de escuela, pasando por la universidad, el servicio militar obligatorio y su inserción en el mundo laboral. En ese largo tránsito, vemos cómo cambian, cómo se equivocan y cómo, a pesar de todo, se siguen eligiendo mutuamente. Es una historia de crecimiento, pero también de resistencia afectiva. Noh Sang‑hyun da vida a Heung‑soo con una contención conmovedora: su mirada, sus silencios y su temor interior construyen un personaje entrañable y auténtico. Kim Go‑eun, en su papel de Jae‑hee, despliega una actuación enérgica y compleja: su personaje podría haber sido un estereotipo, pero aquí se transforma en un alma con heridas, deseos y fortaleza, que tiene tanto peso narrativo como su contraparte masculina . La película reconoce que ambas historias son igualmente importantes. Heung‑soo representa la lucha por vivir libremente, mientras que Jae‑hee encarna la búsqueda de amor sin cambiar quién se es. Su amistad se vuelve un acto de salvación, un sostén frente a las adversidades de la vida moderna en una gran ciudad. Uno de los grandes aciertos de la cinta es su constante diálogo con el cine. Referencias a “Call Me by Your Name”, “Happy Together” o “The Elephant Man” aparecen de forma orgánica, como parte del universo emocional de los protagonistas. En una escena, incluso vemos al joven con una polera del film de David Lynch, un gesto pequeño pero significativo: la herida de sentirse distinto, deformado a los ojos del mundo, también es parte de su historia. Si bien su premisa puede parecer liviana o incluso algo “cringe” a primera vista, la fuerza de esta película no está en los grandes giros argumentales, sino en los momentos íntimos, en las conversaciones absurdas a las cuatro de la mañana, en las fiestas que terminan en lágrimas, en la soledad compartida. Es una película sobre el amor, sí, pero también sobre la amistad como salvavidas, sobre lo difícil que es construir identidad cuando el entorno no te lo permite, y sobre la belleza de encontrar a alguien que te vea de verdad. Moderna, divertida y profundamente emocional. Ideal para quienes aman los K-Dramas, pero también para quienes buscan una historia luminosa sobre crecer, querer y resistir. Ya disponible en salas chilenas.
Con una mirada íntima, sensible y humana, las directoras Martina Matzkin y Gabriela Uassouf abordan en su documental “Cuidadoras” las dificultades que afrontan las mujeres trans en el mundo laboral . La cinta sigue la vida de Luciana, Maia y Yenifer, tres egresadas de un curso de cuidado de adultos mayores que están realizando su práctica en el hogar de ancianos Santa Ana de Buenos Aires. Esta es la primera vez que acceden a un empleo formal. Hasta ahora, su identidad de género las había relegado a la prostitución y a trabajos precarios. Este logro es muy importante para ellas, ya que buscan una oportunidad que les permita tener una vida más digna y con mejores condiciones. Después de años de sentirse excluidas de la sociedad, pudieron formarse como cuidadoras gracias a un programa estatal que brinda capacitación y empleos formales a personas trans. Durante la práctica laboral, las protagonistas forman un vínculo genuino con los adultos mayores. Ellos les cuentan sus historias de vida y les dan consejos sobre las relaciones de pareja, el trabajo y la amistad. Por su parte, las cuidadoras los escuchan con atención y los acompañan en sus actividades cotidianas. Algunos residentes, al principio, no saben cómo tratar a las practicantes. Por ejemplo, no entienden qué pronombre tienen que usar, porque es su primer encuentro con mujeres trans, pero quienes están más familiarizados con el tema de la identidad de género les explican que tienen que decir ella, no él. De esta manera, para Luciana, Maia y Yenifer la residencia se transforma en un verdadero hogar, donde encuentran respeto y dignidad, y sobre todo donde la empatía supera los prejuicios. Con el paso del tiempo, una de las cuidadoras piensa en la posibilidad de estudiar Enfermería; otra, evalúa si seguir en el hogar, porque el empleo no es bien remunerado y en el trabajo informal que tenía antes ganaba más dinero. El documental también retrata el primer encuentro que tienen las cuidadoras con la vejez. Ellas saben que en Argentina la expectativa de vida para las personas trans no supera los 40 años. Aun así, miran el futuro con esperanza, y se imaginan cómo serán cuando lleguen a la tercera edad y necesiten que alguien las cuide. En gran parte, su experiencia en el hogar de ancianos les permite visualizarse como adultas mayores que reciben respeto y afecto en sus últimos años de vida: un anhelo que antes veían como imposible de cumplir. La cinta, se mueve con delicadeza entre escenas de cuidado y momentos de diálogo y risas. Rehúye del sensacionalismo, no tiene entrevistas forzadas ni discursos panfletarios. El uso de planos fijos con luz natural sitúa al espectador como testigo cercano, pero nunca invasivo. A través de una cámara que observa más que interroga, el largometraje nos permite entrar a la cotidianeidad de tres mujeres trans que han encontrado en el cuidado de personas mayores no solo un trabajo, sino también una forma de sanar, pertenecer y resistir. “Cuidadoras” se estrena este jueves 12 de junio en nuestro país en salas de cine seleccionadas. La fecha elegida coincide con el mes del orgullo, y que mejor manera de conmemorarlo que viendo un documental que invita a reflexionar sobre la falta de políticas públicas que fomenten la inserción laboral de la comunidad trans.
En la era de los live action, donde la nostalgia suele convertirse en producto de consumo rápido, “Cómo entrenar a tu dragón” llega como una rara excepción: una película que entiende el valor del material original y que lo adapta con inteligencia y respeto. Para alguien que -como yo- no había visto las versiones animadas, la sorpresa fue mayúscula. Aquí no hay cinismo, ni relecturas forzadas para agradar a los nuevos tiempos: hay aventura, emoción genuina y un relato que encuentra su corazón en los vínculos más humanos. Dirigida por Dean DeBlois, quien también estuvo detrás de la trilogía animada, esta nueva versión encuentra en Mason Thames (el joven protagonista de “The Black Phone”) a un Hipo entrañable, vulnerable y carismático, que carga sobre sus hombros la transformación de un joven inadaptado en héroe. Su relación con Chimuelo, el dragón que cambia su destino, se siente aún más real y cercana en carne y hueso, gracias al cuidadoso trabajo de efectos visuales y al compromiso actoral. Chimuelo conserva su diseño original, una decisión sumamente inteligente, y su expresividad sigue siendo uno de los mayores encantos del film. Gerard Butler, retomando el rol de Estoico el Vasto, entrega una de sus mejores interpretaciones recientes: imponente, emocionalmente complejo y con un peso escénico que hacía tiempo no veíamos en el actor. Su reencuentro con el cine épico le sienta de maravillas. Nick Frost, en tanto, aporta el necesario alivio cómico sin caer en caricaturas, encarnando a Bocón con una calidez y simpatía que equilibran perfectamente la historia. Completan el reparto Nico Parker como Astrid, aportando fuerza, sensibilidad y presencia escénica; Julian Dennison como Patapez, con su carisma habitual y un buen timing cómico; Gabriel Howell como Brusco, en un rol temperamental, pero entrañable; y Bronwyn James junto a Harry Trevaldwyn, quienes aportan textura y diversidad al universo de personajes secundarios, aportando tanto comicidad como humanidad al relato. El diseño de los dragones es, sencillamente, extraordinario: cada criatura tiene una identidad visual propia, con texturas, comportamientos y movimientos que rozan lo real sin perder lo fantástico. Pero más allá del despliegue técnico, lo que más destaca es el lore detrás de estas criaturas: un universo vasto, bien pensado y lleno de detalles que dan cuenta de una mitología rica, con espacio para crecer y explorar en futuras entregas o spin-offs. La puesta en escena es otro de los puntos altos: paisajes naturales que remiten al cine clásico de aventuras, barcos vikingos surcando mares embravecidos, y batallas llenas de energía que evocan producciones como “Los vikingos” (1958) de Richard Fleischer. La dirección de fotografía, a cargo de John Mathieson (Gladiator, Logan), le da al film un acabado visual de primer nivel, con especial atención a los contrastes entre la crudeza del mundo humano y la belleza fantástica del mundo de los dragones. En su núcleo, la película sigue siendo una historia sobre la necesidad de pertenecer, sobre las heridas entre padres e hijos, y sobre cómo, incluso los más distintos, pueden encontrar su lugar y propósito. Es un coming-of-age con garras y fuego, pero también con ternura y humanidad. En tiempos donde muchas adaptaciones parecen hechas por algoritmos, “Cómo entrenar a tu dragón” brilla por su sensibilidad y coherencia. DreamWorks no solo ha respetado la historia que los fans adoran, sino que ha logrado, en clave épica y familiar, una película que se sostiene por sí sola, incluso para quienes llegan a este mundo por primera vez. Una adaptación notable, una apuesta ganadora, y uno de los mejores live action que nos ha dado el cine reciente. Ya está en cines chilenos.
“Una Luz Negra”, debut en largometraje de ficción del chileno Alberto Hayden (“Camila Moreno: Pangea”), es una obra que desafía las convenciones del thriller tradicional. La película nos presenta a Jorge, un hombre que descubre tener el mismo nombre y una sorprendente semejanza física con el hijo fallecido de Josefina. Este encuentro despierta en ambos una serie de emociones y recuerdos que los sumergen en una introspección profunda. Dedicada a su padre, la cinta de Hayden se caracteriza por su ritmo deliberadamente pausado y una narrativa que se apoya en lo no dicho. La dirección de fotografía, a cargo de Matías Baeza, utiliza planos cerrados y encuadres poco convencionales para crear una atmósfera de inquietud constante. Estos elementos visuales, junto con una banda sonora sutil, construyen un ambiente sencillo y de pocos recursos que recuerda al cine de Michael Haneke y a la película israelí “La maestra del jardín”, donde el silencio y la contemplación son protagonistas. Las actuaciones son otro punto fuerte. Patricia Rivadeneira ofrece una interpretación intensa y contenida, donde cada mirada y gesto comunica más que las palabras. Francisco Pérez-Bannen también entrega una actuación sólida, complementando la dinámica entre los personajes principales. Sin embargo, la película puede resultar desafiante para algunos espectadores. Su estructura minimalista y la ausencia de eventos dramáticos evidentes en la última parte pueden generar una sensación de estancamiento. Aunque esta elección estilística busca profundizar en la psicología de los personajes, puede no ser suficiente para mantener el interés de todos. A pesar de estas consideraciones, es innegable que “Una Luz Negra” muestra el talento y la visión de Alberto Hayden. La película ha sido reconocida en festivales como BAFICI y SANFIC, donde recibió menciones especiales por su dirección y propuesta artística . Es una obra que, aunque no es para todos los gustos, aporta una voz distintiva al cine chileno contemporáneo. Ya está en salas nacionales.
El regreso de Wes Anderson a la pantalla grande no aporta grandes novedades a su filmografía, salvo por el hecho de que esta vez se arriesga con una comedia negra algo más física, con toques de cine de aventuras. La estética, la forma narrativa y las actuaciones de grandes estrellas -en roles protagónicos y también en apariciones menores- siguen siendo parte inconfundible de su sello. En una trama por momentos confusa y recargada, seguimos la historia de Anatole “Zsa Zsa” Korda ( Benicio Del Toro), un magnate de dudosa reputación, proveniente de un país ficticio de Medio Oriente, que sobrevive milagrosamente a un sexto atentado contra su vida. Esto no es casual, ha amasado una gran fortuna a costa de prácticas cuestionables, como apoyar la esclavitud o explotar guerras. Por ello, varias potencias quieren eliminarlo. Consciente de que su final puede estar cerca, decide nombrar como sucesora a su única hija mujer -tiene nueve en total, la mayoría hombres a quienes no toma en cuenta- quien vive alejada de él y está a punto de convertirse en monja de claustro. Liesl ( Mia Threapleton), aún sospechando que su padre es responsable de la muerte de su madre, acepta reencontrarse con él, tal vez como una forma de buscar respuestas. Zsa Zsa le revela entonces un complejo plan para dominar la economía global, lo que él llama un “esquema fenicio”, cuyo diseño guarda celosamente en cajas de zapatos. Para llevarlo a cabo, padre e hija deben embarcarse en un excéntrico viaje por distintos lugares, sumando aliados, inversionistas y contactos de dudosa reputación. Les acompaña Björn ( Michael Cera), el peculiar tutor de Korda, un personaje tan patético como enigmático. Esta travesía, marcada por atentados, excesos y situaciones absurdas, va revelando lentamente un vínculo afectivo entre padre e hija, mientras él, a su manera, emprende un camino de redención personal. De forma paralela a la historia principal, el filme incluye secuencias oníricas que aportan a la construcción simbólica del relato, aunque no siempre con claridad narrativa. Una suerte de limbo en el que Zsa Zsa es juzgado por sus actos, en el que participa el actor Willem Dafoe. Si bien El Esquema Fenicio no se encuentra entre las mejores obras de Anderson -como Los excéntricos Tenenbaums o El Gran Hotel Budapest- es probable que sus fieles seguidores igual disfruten esta nueva entrega. Eso sí, si nunca has visto una película del director, esta no es la mejor puerta de entrada a su particular universo. En cines chilenos desde el 5 de junio.
En un Seúl vibrante y nocturno, dos almas perdidas se encuentran y construyen algo parecido a un refugio. Él, joven, reservado, brillante pero herido, teme revelar su orientación sexual al mundo. Ella, extrovertida, intensa y algo caótica, vive de fiesta en fiesta mientras busca que alguien la ame sin intentar cambiarla. Ambos forman un dúo disfuncional y entrañable, cuyas vidas se entrelazan en una historia que mezcla el melodrama con una sensibilidad muy contemporánea, cercana al mundo de los K-Dramas pero con una identidad propia. “Amor en la Gran Ciudad”, dirigida con sutileza y estilo por Lee Eon‑hee, adapta la novela semiautobiográfica de Park Sang‑young, autor que se ha transformado en una de las voces más reconocibles del nuevo realismo queer surcoreano. Lejos del tratamiento solemne o marginal que a veces recibe este tipo de historias, la película apuesta por la ligereza, el humor y la complicidad, sin perder profundidad emocional. Las emociones cambian constantemente de registro: lo que en un momento es hilarante puede volverse profundamente doloroso unos minutos después. Es ese ir y venir entre la risa y la lágrima lo que le da a la película una textura emocional única. La historia abarca 13 años de vida compartida, acompañando a los protagonistas desde sus días de escuela, pasando por la universidad, el servicio militar obligatorio y su inserción en el mundo laboral. En ese largo tránsito, vemos cómo cambian, cómo se equivocan y cómo, a pesar de todo, se siguen eligiendo mutuamente. Es una historia de crecimiento, pero también de resistencia afectiva. Noh Sang‑hyun da vida a Heung‑soo con una contención conmovedora: su mirada, sus silencios y su temor interior construyen un personaje entrañable y auténtico. Kim Go‑eun, en su papel de Jae‑hee, despliega una actuación enérgica y compleja: su personaje podría haber sido un estereotipo, pero aquí se transforma en un alma con heridas, deseos y fortaleza, que tiene tanto peso narrativo como su contraparte masculina . La película reconoce que ambas historias son igualmente importantes. Heung‑soo representa la lucha por vivir libremente, mientras que Jae‑hee encarna la búsqueda de amor sin cambiar quién se es. Su amistad se vuelve un acto de salvación, un sostén frente a las adversidades de la vida moderna en una gran ciudad. Uno de los grandes aciertos de la cinta es su constante diálogo con el cine. Referencias a “Call Me by Your Name”, “Happy Together” o “The Elephant Man” aparecen de forma orgánica, como parte del universo emocional de los protagonistas. En una escena, incluso vemos al joven con una polera del film de David Lynch, un gesto pequeño pero significativo: la herida de sentirse distinto, deformado a los ojos del mundo, también es parte de su historia. Si bien su premisa puede parecer liviana o incluso algo “cringe” a primera vista, la fuerza de esta película no está en los grandes giros argumentales, sino en los momentos íntimos, en las conversaciones absurdas a las cuatro de la mañana, en las fiestas que terminan en lágrimas, en la soledad compartida. Es una película sobre el amor, sí, pero también sobre la amistad como salvavidas, sobre lo difícil que es construir identidad cuando el entorno no te lo permite, y sobre la belleza de encontrar a alguien que te vea de verdad. Moderna, divertida y profundamente emocional. Ideal para quienes aman los K-Dramas, pero también para quienes buscan una historia luminosa sobre crecer, querer y resistir. Ya disponible en salas chilenas.
Con una mirada íntima, sensible y humana, las directoras Martina Matzkin y Gabriela Uassouf abordan en su documental “Cuidadoras” las dificultades que afrontan las mujeres trans en el mundo laboral . La cinta sigue la vida de Luciana, Maia y Yenifer, tres egresadas de un curso de cuidado de adultos mayores que están realizando su práctica en el hogar de ancianos Santa Ana de Buenos Aires. Esta es la primera vez que acceden a un empleo formal. Hasta ahora, su identidad de género las había relegado a la prostitución y a trabajos precarios. Este logro es muy importante para ellas, ya que buscan una oportunidad que les permita tener una vida más digna y con mejores condiciones. Después de años de sentirse excluidas de la sociedad, pudieron formarse como cuidadoras gracias a un programa estatal que brinda capacitación y empleos formales a personas trans. Durante la práctica laboral, las protagonistas forman un vínculo genuino con los adultos mayores. Ellos les cuentan sus historias de vida y les dan consejos sobre las relaciones de pareja, el trabajo y la amistad. Por su parte, las cuidadoras los escuchan con atención y los acompañan en sus actividades cotidianas. Algunos residentes, al principio, no saben cómo tratar a las practicantes. Por ejemplo, no entienden qué pronombre tienen que usar, porque es su primer encuentro con mujeres trans, pero quienes están más familiarizados con el tema de la identidad de género les explican que tienen que decir ella, no él. De esta manera, para Luciana, Maia y Yenifer la residencia se transforma en un verdadero hogar, donde encuentran respeto y dignidad, y sobre todo donde la empatía supera los prejuicios. Con el paso del tiempo, una de las cuidadoras piensa en la posibilidad de estudiar Enfermería; otra, evalúa si seguir en el hogar, porque el empleo no es bien remunerado y en el trabajo informal que tenía antes ganaba más dinero. El documental también retrata el primer encuentro que tienen las cuidadoras con la vejez. Ellas saben que en Argentina la expectativa de vida para las personas trans no supera los 40 años. Aun así, miran el futuro con esperanza, y se imaginan cómo serán cuando lleguen a la tercera edad y necesiten que alguien las cuide. En gran parte, su experiencia en el hogar de ancianos les permite visualizarse como adultas mayores que reciben respeto y afecto en sus últimos años de vida: un anhelo que antes veían como imposible de cumplir. La cinta, se mueve con delicadeza entre escenas de cuidado y momentos de diálogo y risas. Rehúye del sensacionalismo, no tiene entrevistas forzadas ni discursos panfletarios. El uso de planos fijos con luz natural sitúa al espectador como testigo cercano, pero nunca invasivo. A través de una cámara que observa más que interroga, el largometraje nos permite entrar a la cotidianeidad de tres mujeres trans que han encontrado en el cuidado de personas mayores no solo un trabajo, sino también una forma de sanar, pertenecer y resistir. “Cuidadoras” se estrena este jueves 12 de junio en nuestro país en salas de cine seleccionadas. La fecha elegida coincide con el mes del orgullo, y que mejor manera de conmemorarlo que viendo un documental que invita a reflexionar sobre la falta de políticas públicas que fomenten la inserción laboral de la comunidad trans.
En la era de los live action, donde la nostalgia suele convertirse en producto de consumo rápido, “Cómo entrenar a tu dragón” llega como una rara excepción: una película que entiende el valor del material original y que lo adapta con inteligencia y respeto. Para alguien que -como yo- no había visto las versiones animadas, la sorpresa fue mayúscula. Aquí no hay cinismo, ni relecturas forzadas para agradar a los nuevos tiempos: hay aventura, emoción genuina y un relato que encuentra su corazón en los vínculos más humanos. Dirigida por Dean DeBlois, quien también estuvo detrás de la trilogía animada, esta nueva versión encuentra en Mason Thames (el joven protagonista de “The Black Phone”) a un Hipo entrañable, vulnerable y carismático, que carga sobre sus hombros la transformación de un joven inadaptado en héroe. Su relación con Chimuelo, el dragón que cambia su destino, se siente aún más real y cercana en carne y hueso, gracias al cuidadoso trabajo de efectos visuales y al compromiso actoral. Chimuelo conserva su diseño original, una decisión sumamente inteligente, y su expresividad sigue siendo uno de los mayores encantos del film. Gerard Butler, retomando el rol de Estoico el Vasto, entrega una de sus mejores interpretaciones recientes: imponente, emocionalmente complejo y con un peso escénico que hacía tiempo no veíamos en el actor. Su reencuentro con el cine épico le sienta de maravillas. Nick Frost, en tanto, aporta el necesario alivio cómico sin caer en caricaturas, encarnando a Bocón con una calidez y simpatía que equilibran perfectamente la historia. Completan el reparto Nico Parker como Astrid, aportando fuerza, sensibilidad y presencia escénica; Julian Dennison como Patapez, con su carisma habitual y un buen timing cómico; Gabriel Howell como Brusco, en un rol temperamental, pero entrañable; y Bronwyn James junto a Harry Trevaldwyn, quienes aportan textura y diversidad al universo de personajes secundarios, aportando tanto comicidad como humanidad al relato. El diseño de los dragones es, sencillamente, extraordinario: cada criatura tiene una identidad visual propia, con texturas, comportamientos y movimientos que rozan lo real sin perder lo fantástico. Pero más allá del despliegue técnico, lo que más destaca es el lore detrás de estas criaturas: un universo vasto, bien pensado y lleno de detalles que dan cuenta de una mitología rica, con espacio para crecer y explorar en futuras entregas o spin-offs. La puesta en escena es otro de los puntos altos: paisajes naturales que remiten al cine clásico de aventuras, barcos vikingos surcando mares embravecidos, y batallas llenas de energía que evocan producciones como “Los vikingos” (1958) de Richard Fleischer. La dirección de fotografía, a cargo de John Mathieson (Gladiator, Logan), le da al film un acabado visual de primer nivel, con especial atención a los contrastes entre la crudeza del mundo humano y la belleza fantástica del mundo de los dragones. En su núcleo, la película sigue siendo una historia sobre la necesidad de pertenecer, sobre las heridas entre padres e hijos, y sobre cómo, incluso los más distintos, pueden encontrar su lugar y propósito. Es un coming-of-age con garras y fuego, pero también con ternura y humanidad. En tiempos donde muchas adaptaciones parecen hechas por algoritmos, “Cómo entrenar a tu dragón” brilla por su sensibilidad y coherencia. DreamWorks no solo ha respetado la historia que los fans adoran, sino que ha logrado, en clave épica y familiar, una película que se sostiene por sí sola, incluso para quienes llegan a este mundo por primera vez. Una adaptación notable, una apuesta ganadora, y uno de los mejores live action que nos ha dado el cine reciente. Ya está en cines chilenos.
“Una Luz Negra”, debut en largometraje de ficción del chileno Alberto Hayden (“Camila Moreno: Pangea”), es una obra que desafía las convenciones del thriller tradicional. La película nos presenta a Jorge, un hombre que descubre tener el mismo nombre y una sorprendente semejanza física con el hijo fallecido de Josefina. Este encuentro despierta en ambos una serie de emociones y recuerdos que los sumergen en una introspección profunda. Dedicada a su padre, la cinta de Hayden se caracteriza por su ritmo deliberadamente pausado y una narrativa que se apoya en lo no dicho. La dirección de fotografía, a cargo de Matías Baeza, utiliza planos cerrados y encuadres poco convencionales para crear una atmósfera de inquietud constante. Estos elementos visuales, junto con una banda sonora sutil, construyen un ambiente sencillo y de pocos recursos que recuerda al cine de Michael Haneke y a la película israelí “La maestra del jardín”, donde el silencio y la contemplación son protagonistas. Las actuaciones son otro punto fuerte. Patricia Rivadeneira ofrece una interpretación intensa y contenida, donde cada mirada y gesto comunica más que las palabras. Francisco Pérez-Bannen también entrega una actuación sólida, complementando la dinámica entre los personajes principales. Sin embargo, la película puede resultar desafiante para algunos espectadores. Su estructura minimalista y la ausencia de eventos dramáticos evidentes en la última parte pueden generar una sensación de estancamiento. Aunque esta elección estilística busca profundizar en la psicología de los personajes, puede no ser suficiente para mantener el interés de todos. A pesar de estas consideraciones, es innegable que “Una Luz Negra” muestra el talento y la visión de Alberto Hayden. La película ha sido reconocida en festivales como BAFICI y SANFIC, donde recibió menciones especiales por su dirección y propuesta artística . Es una obra que, aunque no es para todos los gustos, aporta una voz distintiva al cine chileno contemporáneo. Ya está en salas nacionales.
El regreso de Wes Anderson a la pantalla grande no aporta grandes novedades a su filmografía, salvo por el hecho de que esta vez se arriesga con una comedia negra algo más física, con toques de cine de aventuras. La estética, la forma narrativa y las actuaciones de grandes estrellas -en roles protagónicos y también en apariciones menores- siguen siendo parte inconfundible de su sello. En una trama por momentos confusa y recargada, seguimos la historia de Anatole “Zsa Zsa” Korda ( Benicio Del Toro), un magnate de dudosa reputación, proveniente de un país ficticio de Medio Oriente, que sobrevive milagrosamente a un sexto atentado contra su vida. Esto no es casual, ha amasado una gran fortuna a costa de prácticas cuestionables, como apoyar la esclavitud o explotar guerras. Por ello, varias potencias quieren eliminarlo. Consciente de que su final puede estar cerca, decide nombrar como sucesora a su única hija mujer -tiene nueve en total, la mayoría hombres a quienes no toma en cuenta- quien vive alejada de él y está a punto de convertirse en monja de claustro. Liesl ( Mia Threapleton), aún sospechando que su padre es responsable de la muerte de su madre, acepta reencontrarse con él, tal vez como una forma de buscar respuestas. Zsa Zsa le revela entonces un complejo plan para dominar la economía global, lo que él llama un “esquema fenicio”, cuyo diseño guarda celosamente en cajas de zapatos. Para llevarlo a cabo, padre e hija deben embarcarse en un excéntrico viaje por distintos lugares, sumando aliados, inversionistas y contactos de dudosa reputación. Les acompaña Björn ( Michael Cera), el peculiar tutor de Korda, un personaje tan patético como enigmático. Esta travesía, marcada por atentados, excesos y situaciones absurdas, va revelando lentamente un vínculo afectivo entre padre e hija, mientras él, a su manera, emprende un camino de redención personal. De forma paralela a la historia principal, el filme incluye secuencias oníricas que aportan a la construcción simbólica del relato, aunque no siempre con claridad narrativa. Una suerte de limbo en el que Zsa Zsa es juzgado por sus actos, en el que participa el actor Willem Dafoe. Si bien El Esquema Fenicio no se encuentra entre las mejores obras de Anderson -como Los excéntricos Tenenbaums o El Gran Hotel Budapest- es probable que sus fieles seguidores igual disfruten esta nueva entrega. Eso sí, si nunca has visto una película del director, esta no es la mejor puerta de entrada a su particular universo. En cines chilenos desde el 5 de junio.