El cine estadounidense sobre rodeo siempre ha tenido un encanto especial -ahí están joyas como The Lusty Men de Nicholas Ray, The Electric Horseman de Sydney Pollack o Junior Bonner de Sam Peckinpah- y la nueva película “El Último Rodeo” (The Last Rodeo) se mueve en esa misma tradición, con un argumento clásico, como si fuera heredado de otra época. Dirigida por Jon Avnet (Tomates Verdes Fritos, 88 Minutos), la cinta está protagonizada por Neal McDonough, un rostro que hemos visto en papeles rudos y autoritarios (Yellowstone, Minority Report), pero aquí muestra también una vulnerabilidad inesperada. Interpreta a Joe Wainwright, un ex campeón de rodeo, viudo y endurecido por la vida, que tras un accidente abandona para siempre la competencia… hasta que la vida lo obliga a volver: su nieto necesita una costosa operación cerebral, y la única forma de conseguir el dinero es ganando el primer lugar en un campeonato de rodeo. A su alrededor, un elenco que funciona: Mykelti Williamson como Charlie, el amigo y escudero de fe; Sarah Jones como la hija que carga con viejas heridas; Christopher McDonald aportando ese filo entre carisma y cálculo; y el campeón real de PBR Daylon Swearingen como Billy Hamilton, subrayando el verismo de la arena. La historia es sencilla, rápida y emotiva, con secuencias de rodeo tensas y físicamente sentidas: Avnet filma la resistencia de Joe arriba del toro como una batalla contra el tiempo, los dolores acumulados y la culpa. Además, como es habitual en Angel Studios, hay un componente espiritual explícito: un hombre peleado con Dios por la pérdida de su esposa y el riesgo de perder ahora al nieto; un amigo que lo acompaña y lo desafía; y un trayecto de pérdida y recuperación de la fe que no es sermón sino sostén del personaje. Todo esto, además, con un pequeño giro final que remata el arco sin traicionar el tono clásico. Una cinta honesta y de vieja escuela, sostenida por McDonough, por un reparto que cumple y por escenas de arena que aprietan el pecho. No reinventa nada, pero cuando suena la campana de los ocho segundos, sí que aguanta. Ya en cines chilenos.
La nueva película de Mariano Cohn y Gastón Duprat (El ciudadano ilustre, Competencia oficial) nace de una idea de Guillermo Francella, quien deseaba realizar una cinta al estilo del clásico italiano Los monstruos (1963). EnHomo Argentum se presentan 16 historias de diversos géneros -algunas más extensas que otras- todas protagonizadas magistralmente por Francella. El actor despliega todo su histrionismo para encarnar distintos tipos de argentinos: chantas, tímidos, humildes, millonarios, estafadores y más. Cada segmento recorre los vicios de una sociedad, sus dilemas morales, contradicciones y bondades, invitándonos a reflexionar y también a reírnos de ellos, y de nosotros mismos. Aunque es un relato profundamente argentino, es inevitable que en varios pasajes podamos reconocernos. Desde un encantador estafador callejero, pasando por un presidente inepto, un dueño de casa fantoche, un padre viudo con hijos interesados y prejuiciosos, hasta un millonario que ayuda a un joven pobre por puro ego, cada historia tiene algo que decir. Más de una vez nos remitirá a una situación vivida o a alguien que seguramente conocemos. Chantas, amigueros, doble estándar, agrandados, futboleros, todos desfilan en sus casi dos horas de metraje. Técnicamente impecable, con un ritmo sostenido y cargada de placements, la película brilla con diálogos agudos, certeros y divertidos. Además, el elenco que acompaña a Francella es de primer nivel: Eva De Dominici (Patito feo, Sayen), Juan Luppi (Amapola), Dalma Maradona (Cebollitas), Graciela Stefani (Floricienta), el cantante Milo J, Vanessa González (Son de fierro) y Guillermo Arengo (La ira de Dios). La creatividad y precisión de la dupla Cohn-Duprat, sumadas al carisma y talento de Francella, son sinónimo de garantía. Ya lo demostraron en anteriores colaboraciones como en la película Mi obra maestra (muy recomendada) y en la exitosa serie de Disney+ El encargado, que va por su cuarta temporada. Una producción imperdible para disfrutar en pantalla grande desde el 14 de agosto.
Together: Juntos hasta la muerte combina romance, misterio, elementos sobrenaturales, ironía y body horror. Alison Brie y Dave Franco -con una gran química en pantalla- interpretan a una pareja disfuncional. Millie (Brie), maestra de primaria organizada y determinada, consigue trabajo en un pueblo apartado; mientras que Tim (Franco), músico sin éxito y eterno adolescente encantador, arrastra desde la infancia una fuerte ansiedad causada por un trauma familiar. Para que ella pueda desarrollarse profesionalmente, ambos se mudan a una casa en medio del bosque, aunque él no parece convencido de nada. En uno de sus días libres, deciden recorrer la localidad y terminan cayendo en un misterioso hoyo en el bosque, justo durante un repentino chaparrón. El lugar parece un templo hundido con un pequeño pozo de agua. Obligados a pasar la noche allí, beben de ese pozo y, al amanecer, descubren que sus pantorrillas están unidas por algo que parece pegamento. La separación es rápida, pero dolorosa. En los días siguientes, Tim se vuelve errático y cada vez más dependiente de Millie, al punto de asfixiarla. Ella encuentra amistad en un colega que vive en su vecindario, lo que perturba aún más a Tim. Pronto, la dependencia deja de ser unilateral y ambos comienzan a experimentar extrañas mutaciones y pensamientos que los unen físicamente de manera inevitable. Este primer largometraje del australiano Michael Shanks es una metáfora cruda sobre las relaciones de pareja: el miedo al compromiso, la pérdida de la individualidad y la angustia de no saber dónde termina uno y comienza el otro. Con una atmósfera enigmática y asfixiante, la cinta mantiene la tensión incluso cuando la trama se vuelve predecible. Si disfrutaste de La Sustancia o del cine de David Cronenberg, probablemente esta propuesta te atrape. A pesar de ciertos problemas de ritmo, Together logra ser una buena película que mezcla lo emocional con lo inquietante. En salas de cine del país desde el 14 de agosto.
La nueva¿Y dónde está el policía? (The Naked Gun) bebe bastante de sus antecesoras, con abundante humor absurdo, acciones torpes y cargada de nostalgia. Las aventuras de Frank Drebin Jr. ( Liam Neeson) son, sin duda, dignas del hijo de su padre. Si bien es difícil llenar el lugar que dejó Leslie Nielsen, Neeson logra dar vida a un personaje similar, pero con su propio sello, riéndose de sí mismo y de su estatus de veterano del cine de acción. Con un guiño a los actores originales de la saga, esta disparatada trama ofrece diversión de principio a fin, siempre que uno abrace el absurdo y se deje llevar. Frank Drebin Jr. es un teniente de la policía de carácter impetuoso, distraído, pero efectivo. Junto a él trabaja Ed Hocken Jr. (hijo del personaje de George Kennedy en la saga original) -interpretado por un siempre brillante Paul Walter Hauser- un policía tímido que sigue en todas a su compañero. El Escuadrón de Policía al que pertenecen está en peligro de ser cerrado, y la torpeza de Drebin no ayuda. Su superior, la jefa Davis ( CCH Pounder) -voz de la razón- intenta corregir constantemente a su 'estrella' más caótica. Además de los problemas internos, un aparente suicidio se convierte en un caso de homicidio, así que Drebin deberá adentrarse en el mundo de la tecnología para dar con el culpable, mientras se involucra sentimentalmente con la hermana del fallecido, Beth ( Pamela Anderson) una escritora de novelas de crímenes. Con sus casi 90 minutos -que se pasan volando- la película resulta redonda, combina chistes grotescos y otros más sutiles, comedia física y verbal, referencias pop, un poco de crítica a las instituciones y un elenco de primera. Varios de sus actores, poco habituales en comedia, se lucen dentro de la estupidez, en el mejor sentido de la palabra. Dirigida por Akiva Shaffer (SNL, Chip y Dale al rescate) y producida por Seth MacFarlane y Erica Huggins, ¿Y dónde está el policía? se estrena en cines el 14 de agosto.
Luc Besson regresa a la gran pantalla conDrácula: A Love Tale, una nueva mirada al clásico de Bram Stoker que, inevitablemente, trae a la memoria la versión de Francis Ford Coppola, pero que imprime el sello propio del realizador francés. Aquí, el terror queda en segundo plano para dar paso a una fábula romántica sobre la búsqueda de un amor perdido a través de los siglos. El filme, rodado en los paisajes nevados de Kainuu, Finlandia, y con música de Danny Elfman (su primera colaboración juntos), nos presenta a un Drácula más vulnerable que monstruoso. Caleb Landry Jones encarna a un príncipe del siglo XVI maldito por renegar de Dios tras perder a su esposa, y condenado a vagar eternamente. Sin embargo, luego de 400 años, en el Londres del XIX, el vampiro cree haberla encontrado en la figura de Nina (Zoë Bleu). Mientras, Christoph Waltz (Bastardos sin gloria) asume el rol de un sacerdote al estilo Van Helsing, que lleva años tratando de eliminar la maldición. En su castillo, Drácula no está solo, lo acompaña un ejército de gárgolas creadas por CGI, fieles y simpáticas, que aportan un toque de ligereza. Aunque los efectos no sean los más elaborados, ayudan a construir un tono que, por momentos, coquetea con el humor, como si se tratase de una versión casi Disney del mito… pero sin las inevitables y algo incómodas escenas musicales. Caleb Landry Jones es, sin duda, el corazón de la película. Con su físico particular y un rostro tan expresivo como inquietante, recuerda a un joven Brad Dourif. El actor brilla en personajes perturbados y complejos, como ya lo demostró en Antiviral y en Dogman (también de Besson), y aquí logra un equilibrio perfecto entre la fragilidad de un hombre marcado por la pérdida y la intensidad de un depredador inmortal. Christoph Waltz, por su parte, aporta la presencia y el carisma que siempre lo han caracterizado. Su sacerdote es calculador y obsesivo, un hombre que lleva años estudiando y enfrentando a las fuerzas oscuras. Más que un simple cazador de vampiros, es un antagonista con un peso dramático propio, capaz de plantar cara al Conde tanto con fe como con astucia. Otro apartado destacable es el diseño de vestuario, que brilla especialmente en las escenas ambientadas en salones y en distintos periodos históricos. Cada traje y vestido aporta riqueza visual y ayuda a sumergirnos en el cruce de épocas que propone Besson, reforzando el tono romántico y elegante de la película. La película arranca con un ritmo pausado, pero una vez entra en calor, logra transmitir compasión por el Conde. El clímax -para quien ya vio la versión de Coppola- mezcla tragedia, redención y amor eterno, con un plano final que es pura poesía visual. Es cierto que, para algunos espectadores, esta versión podría sentirse innecesaria, al tratarse de una historia tantas veces contada. Podría interpretarse como un capricho —o simplemente un gusto personal— de Besson revisitar este mito. Sin embargo, el resultado posee suficientes cualidades destacables, tanto visuales como narrativas, para justificar su existencia y ofrecer una experiencia cinematográfica envolvente. Con una puesta en escena cuidada, pocas dosis de gore y una mirada más romántica que sangrienta, Drácula: A Love Tale confirma que para Besson, más que una historia de terror, este mito es, ante todo, una trágica historia de amor.
El cine estadounidense sobre rodeo siempre ha tenido un encanto especial -ahí están joyas como The Lusty Men de Nicholas Ray, The Electric Horseman de Sydney Pollack o Junior Bonner de Sam Peckinpah- y la nueva película “El Último Rodeo” (The Last Rodeo) se mueve en esa misma tradición, con un argumento clásico, como si fuera heredado de otra época. Dirigida por Jon Avnet (Tomates Verdes Fritos, 88 Minutos), la cinta está protagonizada por Neal McDonough, un rostro que hemos visto en papeles rudos y autoritarios (Yellowstone, Minority Report), pero aquí muestra también una vulnerabilidad inesperada. Interpreta a Joe Wainwright, un ex campeón de rodeo, viudo y endurecido por la vida, que tras un accidente abandona para siempre la competencia… hasta que la vida lo obliga a volver: su nieto necesita una costosa operación cerebral, y la única forma de conseguir el dinero es ganando el primer lugar en un campeonato de rodeo. A su alrededor, un elenco que funciona: Mykelti Williamson como Charlie, el amigo y escudero de fe; Sarah Jones como la hija que carga con viejas heridas; Christopher McDonald aportando ese filo entre carisma y cálculo; y el campeón real de PBR Daylon Swearingen como Billy Hamilton, subrayando el verismo de la arena. La historia es sencilla, rápida y emotiva, con secuencias de rodeo tensas y físicamente sentidas: Avnet filma la resistencia de Joe arriba del toro como una batalla contra el tiempo, los dolores acumulados y la culpa. Además, como es habitual en Angel Studios, hay un componente espiritual explícito: un hombre peleado con Dios por la pérdida de su esposa y el riesgo de perder ahora al nieto; un amigo que lo acompaña y lo desafía; y un trayecto de pérdida y recuperación de la fe que no es sermón sino sostén del personaje. Todo esto, además, con un pequeño giro final que remata el arco sin traicionar el tono clásico. Una cinta honesta y de vieja escuela, sostenida por McDonough, por un reparto que cumple y por escenas de arena que aprietan el pecho. No reinventa nada, pero cuando suena la campana de los ocho segundos, sí que aguanta. Ya en cines chilenos.
La nueva película de Mariano Cohn y Gastón Duprat (El ciudadano ilustre, Competencia oficial) nace de una idea de Guillermo Francella, quien deseaba realizar una cinta al estilo del clásico italiano Los monstruos (1963). EnHomo Argentum se presentan 16 historias de diversos géneros -algunas más extensas que otras- todas protagonizadas magistralmente por Francella. El actor despliega todo su histrionismo para encarnar distintos tipos de argentinos: chantas, tímidos, humildes, millonarios, estafadores y más. Cada segmento recorre los vicios de una sociedad, sus dilemas morales, contradicciones y bondades, invitándonos a reflexionar y también a reírnos de ellos, y de nosotros mismos. Aunque es un relato profundamente argentino, es inevitable que en varios pasajes podamos reconocernos. Desde un encantador estafador callejero, pasando por un presidente inepto, un dueño de casa fantoche, un padre viudo con hijos interesados y prejuiciosos, hasta un millonario que ayuda a un joven pobre por puro ego, cada historia tiene algo que decir. Más de una vez nos remitirá a una situación vivida o a alguien que seguramente conocemos. Chantas, amigueros, doble estándar, agrandados, futboleros, todos desfilan en sus casi dos horas de metraje. Técnicamente impecable, con un ritmo sostenido y cargada de placements, la película brilla con diálogos agudos, certeros y divertidos. Además, el elenco que acompaña a Francella es de primer nivel: Eva De Dominici (Patito feo, Sayen), Juan Luppi (Amapola), Dalma Maradona (Cebollitas), Graciela Stefani (Floricienta), el cantante Milo J, Vanessa González (Son de fierro) y Guillermo Arengo (La ira de Dios). La creatividad y precisión de la dupla Cohn-Duprat, sumadas al carisma y talento de Francella, son sinónimo de garantía. Ya lo demostraron en anteriores colaboraciones como en la película Mi obra maestra (muy recomendada) y en la exitosa serie de Disney+ El encargado, que va por su cuarta temporada. Una producción imperdible para disfrutar en pantalla grande desde el 14 de agosto.
Together: Juntos hasta la muerte combina romance, misterio, elementos sobrenaturales, ironía y body horror. Alison Brie y Dave Franco -con una gran química en pantalla- interpretan a una pareja disfuncional. Millie (Brie), maestra de primaria organizada y determinada, consigue trabajo en un pueblo apartado; mientras que Tim (Franco), músico sin éxito y eterno adolescente encantador, arrastra desde la infancia una fuerte ansiedad causada por un trauma familiar. Para que ella pueda desarrollarse profesionalmente, ambos se mudan a una casa en medio del bosque, aunque él no parece convencido de nada. En uno de sus días libres, deciden recorrer la localidad y terminan cayendo en un misterioso hoyo en el bosque, justo durante un repentino chaparrón. El lugar parece un templo hundido con un pequeño pozo de agua. Obligados a pasar la noche allí, beben de ese pozo y, al amanecer, descubren que sus pantorrillas están unidas por algo que parece pegamento. La separación es rápida, pero dolorosa. En los días siguientes, Tim se vuelve errático y cada vez más dependiente de Millie, al punto de asfixiarla. Ella encuentra amistad en un colega que vive en su vecindario, lo que perturba aún más a Tim. Pronto, la dependencia deja de ser unilateral y ambos comienzan a experimentar extrañas mutaciones y pensamientos que los unen físicamente de manera inevitable. Este primer largometraje del australiano Michael Shanks es una metáfora cruda sobre las relaciones de pareja: el miedo al compromiso, la pérdida de la individualidad y la angustia de no saber dónde termina uno y comienza el otro. Con una atmósfera enigmática y asfixiante, la cinta mantiene la tensión incluso cuando la trama se vuelve predecible. Si disfrutaste de La Sustancia o del cine de David Cronenberg, probablemente esta propuesta te atrape. A pesar de ciertos problemas de ritmo, Together logra ser una buena película que mezcla lo emocional con lo inquietante. En salas de cine del país desde el 14 de agosto.
La nueva¿Y dónde está el policía? (The Naked Gun) bebe bastante de sus antecesoras, con abundante humor absurdo, acciones torpes y cargada de nostalgia. Las aventuras de Frank Drebin Jr. ( Liam Neeson) son, sin duda, dignas del hijo de su padre. Si bien es difícil llenar el lugar que dejó Leslie Nielsen, Neeson logra dar vida a un personaje similar, pero con su propio sello, riéndose de sí mismo y de su estatus de veterano del cine de acción. Con un guiño a los actores originales de la saga, esta disparatada trama ofrece diversión de principio a fin, siempre que uno abrace el absurdo y se deje llevar. Frank Drebin Jr. es un teniente de la policía de carácter impetuoso, distraído, pero efectivo. Junto a él trabaja Ed Hocken Jr. (hijo del personaje de George Kennedy en la saga original) -interpretado por un siempre brillante Paul Walter Hauser- un policía tímido que sigue en todas a su compañero. El Escuadrón de Policía al que pertenecen está en peligro de ser cerrado, y la torpeza de Drebin no ayuda. Su superior, la jefa Davis ( CCH Pounder) -voz de la razón- intenta corregir constantemente a su 'estrella' más caótica. Además de los problemas internos, un aparente suicidio se convierte en un caso de homicidio, así que Drebin deberá adentrarse en el mundo de la tecnología para dar con el culpable, mientras se involucra sentimentalmente con la hermana del fallecido, Beth ( Pamela Anderson) una escritora de novelas de crímenes. Con sus casi 90 minutos -que se pasan volando- la película resulta redonda, combina chistes grotescos y otros más sutiles, comedia física y verbal, referencias pop, un poco de crítica a las instituciones y un elenco de primera. Varios de sus actores, poco habituales en comedia, se lucen dentro de la estupidez, en el mejor sentido de la palabra. Dirigida por Akiva Shaffer (SNL, Chip y Dale al rescate) y producida por Seth MacFarlane y Erica Huggins, ¿Y dónde está el policía? se estrena en cines el 14 de agosto.
Luc Besson regresa a la gran pantalla conDrácula: A Love Tale, una nueva mirada al clásico de Bram Stoker que, inevitablemente, trae a la memoria la versión de Francis Ford Coppola, pero que imprime el sello propio del realizador francés. Aquí, el terror queda en segundo plano para dar paso a una fábula romántica sobre la búsqueda de un amor perdido a través de los siglos. El filme, rodado en los paisajes nevados de Kainuu, Finlandia, y con música de Danny Elfman (su primera colaboración juntos), nos presenta a un Drácula más vulnerable que monstruoso. Caleb Landry Jones encarna a un príncipe del siglo XVI maldito por renegar de Dios tras perder a su esposa, y condenado a vagar eternamente. Sin embargo, luego de 400 años, en el Londres del XIX, el vampiro cree haberla encontrado en la figura de Nina (Zoë Bleu). Mientras, Christoph Waltz (Bastardos sin gloria) asume el rol de un sacerdote al estilo Van Helsing, que lleva años tratando de eliminar la maldición. En su castillo, Drácula no está solo, lo acompaña un ejército de gárgolas creadas por CGI, fieles y simpáticas, que aportan un toque de ligereza. Aunque los efectos no sean los más elaborados, ayudan a construir un tono que, por momentos, coquetea con el humor, como si se tratase de una versión casi Disney del mito… pero sin las inevitables y algo incómodas escenas musicales. Caleb Landry Jones es, sin duda, el corazón de la película. Con su físico particular y un rostro tan expresivo como inquietante, recuerda a un joven Brad Dourif. El actor brilla en personajes perturbados y complejos, como ya lo demostró en Antiviral y en Dogman (también de Besson), y aquí logra un equilibrio perfecto entre la fragilidad de un hombre marcado por la pérdida y la intensidad de un depredador inmortal. Christoph Waltz, por su parte, aporta la presencia y el carisma que siempre lo han caracterizado. Su sacerdote es calculador y obsesivo, un hombre que lleva años estudiando y enfrentando a las fuerzas oscuras. Más que un simple cazador de vampiros, es un antagonista con un peso dramático propio, capaz de plantar cara al Conde tanto con fe como con astucia. Otro apartado destacable es el diseño de vestuario, que brilla especialmente en las escenas ambientadas en salones y en distintos periodos históricos. Cada traje y vestido aporta riqueza visual y ayuda a sumergirnos en el cruce de épocas que propone Besson, reforzando el tono romántico y elegante de la película. La película arranca con un ritmo pausado, pero una vez entra en calor, logra transmitir compasión por el Conde. El clímax -para quien ya vio la versión de Coppola- mezcla tragedia, redención y amor eterno, con un plano final que es pura poesía visual. Es cierto que, para algunos espectadores, esta versión podría sentirse innecesaria, al tratarse de una historia tantas veces contada. Podría interpretarse como un capricho —o simplemente un gusto personal— de Besson revisitar este mito. Sin embargo, el resultado posee suficientes cualidades destacables, tanto visuales como narrativas, para justificar su existencia y ofrecer una experiencia cinematográfica envolvente. Con una puesta en escena cuidada, pocas dosis de gore y una mirada más romántica que sangrienta, Drácula: A Love Tale confirma que para Besson, más que una historia de terror, este mito es, ante todo, una trágica historia de amor.