“Drácula” de Luc Besson: el francés reinterpreta el mito
Caleb Landry Jones da vida a un Conde más humano y melancólico. La cinta estrena en cines chilenos el 14 de agosto.
Luc Besson regresa a la gran pantalla con "Drácula: A Love Tale", una nueva mirada al clásico de Bram Stoker que, inevitablemente, trae a la memoria la versión de Francis Ford Coppola, pero que imprime el sello propio del realizador francés. Aquí, el terror queda en segundo plano para dar paso a una fábula romántica sobre la búsqueda de un amor perdido a través de los siglos.
El filme, rodado en los paisajes nevados de Kainuu, Finlandia, y con música de Danny Elfman (su primera colaboración juntos), nos presenta a un Drácula más vulnerable que monstruoso. Caleb Landry Jones encarna a un príncipe del siglo XVI maldito por renegar de Dios tras perder a su esposa, y condenado a vagar eternamente. Sin embargo, luego de 400 años, en el Londres del XIX, el vampiro cree haberla encontrado en la figura de Nina (Zoë Bleu). Mientras, Christoph Waltz (Bastardos sin gloria) asume el rol de un sacerdote al estilo Van Helsing, que lleva años tratando de eliminar la maldición.
En su castillo, Drácula no está solo, lo acompaña un ejército de gárgolas creadas por CGI, fieles y simpáticas, que aportan un toque de ligereza. Aunque los efectos no sean los más elaborados, ayudan a construir un tono que, por momentos, coquetea con el humor, como si se tratase de una versión casi Disney del mito… pero sin las inevitables y algo incómodas escenas musicales.

Caleb Landry Jones es, sin duda, el corazón de la película. Con su físico particular y un rostro tan expresivo como inquietante, recuerda a un joven Brad Dourif. El actor brilla en personajes perturbados y complejos, como ya lo demostró en Antiviral y en Dogman (también de Besson), y aquí logra un equilibrio perfecto entre la fragilidad de un hombre marcado por la pérdida y la intensidad de un depredador inmortal.
Christoph Waltz, por su parte, aporta la presencia y el carisma que siempre lo han caracterizado. Su sacerdote es calculador y obsesivo, un hombre que lleva años estudiando y enfrentando a las fuerzas oscuras. Más que un simple cazador de vampiros, es un antagonista con un peso dramático propio, capaz de plantar cara al Conde tanto con fe como con astucia.
Otro apartado destacable es el diseño de vestuario, que brilla especialmente en las escenas ambientadas en salones y en distintos periodos históricos. Cada traje y vestido aporta riqueza visual y ayuda a sumergirnos en el cruce de épocas que propone Besson, reforzando el tono romántico y elegante de la película.
La película arranca con un ritmo pausado, pero una vez entra en calor, logra transmitir compasión por el Conde. El clímax -para quien ya vio la versión de Coppola- mezcla tragedia, redención y amor eterno, con un plano final que es pura poesía visual.
Es cierto que, para algunos espectadores, esta versión podría sentirse innecesaria, al tratarse de una historia tantas veces contada. Podría interpretarse como un capricho —o simplemente un gusto personal— de Besson revisitar este mito. Sin embargo, el resultado posee suficientes cualidades destacables, tanto visuales como narrativas, para justificar su existencia y ofrecer una experiencia cinematográfica envolvente.
Con una puesta en escena cuidada, pocas dosis de gore y una mirada más romántica que sangrienta, "Drácula: A Love Tale" confirma que para Besson, más que una historia de terror, este mito es, ante todo, una trágica historia de amor.