La nueva “Noche de Paz, Noche de Horror” (Silent Night, Deadly Night) se presenta como un remake sorprendentemente sólido y tremendamente entretenido, una reinterpretación que entiende el espíritu de la saga original y se atreve a llevarlo varios pasos más allá. Para quienes somos fanáticos de esta franquicia maldita del slasher ochentero, la película funciona tanto como homenaje como reformulación.
Dirigida por Mike P. Nelson (Wrong Turn, The Domestics), el film toma la premisa fundacional de la cinta de 1984 -tan polémica en su momento por convertir la figura de Santa Claus en un asesino- y la resignifica con mayor ambición narrativa y un tono mucho más consciente de sí mismo. El guion vuelve a presentar el trauma inicial de Billy: siendo niño, presencia el asesinato de su familia a manos de un hombre disfrazado de Santa Claus. Un inicio prácticamente idéntico al del original, replicado con intención, como punto de partida emocional y mitológico.
El protagonista está interpretado por Rohan Campbell, a quien los amantes del género recordarán por su participación en Halloween Ends, y que aquí entrega una actuación sorprendentemente contenida y carismática, alejándose del simple retrato del maníaco descontrolado. Aquí Billy no es solo un asesino traumatizado, sino una figura profundamente quebrada, guiada por una misión torcida. El asesino de sus padres se manifiesta como una presencia constante, casi fantasmal, que lo acompaña, lo aconseja y se transforma en una suerte de amigo imaginario o conciencia corrupta, elemento que introduce una capa psicológica muy atractiva.
Este es el gran giro del remake: Billy no mata al azar, ni castiga simples faltas morales como en la película original. Aquí asesina exclusivamente a personas verdaderamente malignas: asesinos, abusadores, neonazis, secuestradores y criminales que cargan con una oscuridad real. Este enfoque lo convierte en una figura casi antiheroica, incómoda y contradictoria, pero extrañamente empática dentro de su lógica enfermiza.
La historia se expande cuando Billy llega a un pueblo remoto huyendo de su último crimen, donde conoce a Pamela Sims y a su padre, el Sr. Sims, interpretados por Ruby Modine y David Lawrence Brown, respectivamente. Ambos le ofrecen trabajo en su pequeño almacén, abriendo la puerta a la ilusión de una vida normal para Billy. La química entre los personajes y la calidez de este núcleo contrastan con la violencia latente del protagonista, reforzando su conflicto interno. Sin embargo, en sus ratos libres, Billy sigue obedeciendo ese “don” que le permite identificar a quienes merecen castigo, profundizando su doble vida.
En el apartado técnico, la película destaca especialmente por su fotografía, que combina ese look de película ochentera con atmósferas invernales, luces navideñas y sombras profundas, lo que le da una identidad visual cuidada y estilizada. Hay una clara intención de crear imágenes icónicas, apoyadas por una banda sonora de fuerte impronta rockera, que refuerza el tono irreverente y deslenguado del film.
Resulta llamativo que, pese a estar producida por el equipo detrás de Terrifier, la película no apuesta por el gore extremo, sino por una violencia más dosificada pero efectiva, priorizando el impacto narrativo, el humor negro y la construcción de personaje. La sangre está ahí, pero nunca es lo único que importa.
En definitiva, “Noche de Paz, Noche de Horror” logra algo poco común en este tipo de remakes: respetar la idea original y convertirla en algo más, con mayor sustancia, fantasía y personalidad. Una entrega divertida, brutal cuando debe serlo, cargada de comedia negra y con una identidad propia, que revitaliza una de las sagas más delirantes del slasher navideño.
Se estrena en cines chilenos el 25 de diciembre.
